martes, 28 de agosto de 2012

Primer Capitulo: NAHUEL 1


Waiwen-kürrëf, el viento corría junto a mí, rodeándome de hojas viajeras, empujándome con su fuerza invisible, susurrando peligros, repitiendo voces extrañas, metálicas estridencias que lo inquietaban.
─¿donde? ─pregunté al viento que rodando y rodando en su arremolinar de recuerdos trajo a mis oídos el murmullo de un río de niños y como un eco de alas que se agitan, la voz de la tía  que me llama.
 Le di las gracias a Waiwen-kürrëf  y corrí veloz  hacia la comunidad, enterrando las garras entre el ripio. Empujé con el hocico las ramas secas que  ocultaban mi jean al pie del pehuen, me calcé el desgastado jean y me proponía dar los primeros pasos, sacudiéndome un poco de tierra para ir ladera abajo hacia la comunidad.
─me imagino que vas primero por la casa en busca de una remera y unas zapatillas, no?-me atajó la tía descendiendo de las elásticas ramas del pehuen  que estaba ahora a mis espaldas.
-justamente eso estaba por hacer –contesté  fingiendo ser la persona mas pulcra del universo.
A la distancia frente a nosotros vi unos grandes micros, trailers  y escanias con larguísimas cargas ocupando el amplio y verde claro  junto a las casitas.
─¿y esos, quienes son, que se traen con tanto ruido?─pregunté señalando los grandes rodados.
─una comitiva  sanitaria, te acordás? médicos, enfermeras ,dentista, oculista─me recordó ella─ya era hora; al lonco le hacia falta unos lentes nuevos, ya no distingue una flor de amancay  de una muticia.
─¡nada mas que eso! ─ espeté interrumpiéndola
  y también vinieron los censistas, esos nunca faltan, ni hacen falta –agrego ella con sorna.
─ son inútiles,  pero no son una amenaza los censistas. Waiwen me trajo corriendo como un loco al limite de mis fuerzas… creí que había algún peligro ─dije molesto.
─ el buen Waiwen  es muy viejo y  cualquier ruido nuevo lo espanta. ya nos quitaron tanto, tenes que comprenderlo ─ dijo la tía justificando al viento.
─ ¿y usted, para que me llamaba? ─ pregunté entre la avalancha  de varillas de metal  que  golpeteándose entre si caían  cada uno mas lejos del otro en un desordenado abanico  frente al camión del que cayeron.
─ quiero que ayudes un poco,  vos sos fuerte y ellos trajeron equipos muy pesados que de seguro les llevaría horas bajar de los camiones.
La miré sin hacer ni el más mínimo gesto calibrando cuantas posibilidades tenía  de marcharme, planeando la excusa perfecta, pero ella  adivinando mis intenciones se cruzó de brazos y frunció el seño esperando que aceptara ayudarles. Estaba en el horno, tenía que vestirme y para colmo hacer de burro de cargas para unos extraños.
─ ¿la remera celeste está limpia?─ pregunté con desgano.
─ para que queres algo limpio con la tierra que tenes encima─ se quejo la tía.
─bue…! entonces me pongo la roja ─le grité y me fui murmurando bajo, lo vieja y protestona que se estaba poniendo .
─te oí!─ grito ella desde el pie del pehuen sacudiéndose unas plumas que le quedaron en la ropa.
Unos diez minutos  mas tarde, mezclados en el desorden de sogas para tensar toldos, escaleras de aluminio armándose entre chirridos agudos y golpes secos de remaches, descubrimos que entre todo ese ruido ya funcionaba  uno de los traileres .
No hicieron más que llegar y ya toda la comunidad olía a remedio. El olor metálico de yodo y  sangre que sentí con solo pasar frente al trailer me quemaba la nariz. No me gustaba estar cerca de ellos pero esta vez no podía escaparme.
─ veo que ya comenzaron a vacunar a los mas chicos ─ dijo la tía dirigiéndose a uno de los  organizadores.
─ no hay tiempo que perder, como siempre le digo a mis alumnos, una oportunidad de vacunar perdida es un chico desprotegido─contesto él─me presento, yo soy Ricardo Gomez y aquellos que están trabajando allá─dijo el señalando el trailer─ son estudiantes de facultad de medicina que normalmente participan del programa ApriSA(voluntariado universitario de atención primaria de la salud ) que trabaja en barrios de la capital  federal, pero, oímos que buscaban voluntarios para una campaña en Junín y bueno acá estamos…
─bienvenido sea entonces, ocho comunidades le agradecen doctor─le interrumpió ella
─ no hay nada que agradecer señora, el voluntariado debería ser un compromiso ineludible para todos los profesionales de la salud, por lo menos eso tratamos de inculcarle a nuestros alumnos.
─señorita─corrigió ella─ mi nombre es Raiquén, soy la machi de la comunidad
─ha! una colega─ dijo el sonriente.
─si, si─dije yo─ y de hace muuuucho tiempo…
─tengo que decirle compañera que usted es la machi mas joven y bonita que he visto en mi vida ─dijo muy galante mister Ricky.
Ella me echo blanco y luego cambiando totalmente de semblante, expresándose de la manera mas amistosa le ofreció al caballero mis servicios como plomo, o algo así.
Encantado mister Ricky  me puso a trabajar sin demora. El trabajito no consistía solo en bajar  cajas y cajas de los larguísimos escanias sino que también había que ayudar a desclavar, tenaza en mano una por una. Dos horas mas tarde  la pila de tergopoles, goma espumas y maderas del los embalajes era casi tan alta como yo, los camiones estaban vacíos y mi tarea terminada.
Tenía curiosidad de ver todo aquello que trajeron.
Caminando entre los que estaban avocados al armado de los equipos solo vi marañas de cables y lámparas o reflectores  de todos los tamaños… ¿para que querrían tantos?, pensé.
Los  tableros no solo estaban minados de botones  sino que también las etiquetas debajo de ellos estaban  escritas en idiomas y símbolos extraños. Abundaban las piezas sueltas, diseminadas por todas partes y los balijines que encontré abiertos tranquilamente podrían contener  elementos de tortura, imaginé viendo herramientas que eran mas dignas de un carpintero que de un medico  o un dentista.
Entre aquellos muchachos estaba  Mr. Ricky  metiendo mano también en el  rompecabezas de piezas que había frente a ellos. Ni bien me vio, dejó  lo que estaba haciendo para acompañarme en mi vuelta de reconocimiento de objetos extraños.
─es  imaginación mía o en este mismo momento te estas  preguntando ¿para que diablos será  todo esto?─ preguntó el sabiendo que mi repuesta sería afirmativa.
─así es –respondí─ y aunque algunos de estos artefactos parezcan ser simples autógenas, creo que no lo son─ dije para que notara la magnitud de mi desconcierto.
─mira, esteee…como era tu nombre?─ dijo procurando recordar un nombre que todavía no había oído.
─Nahuel – dije y entonces continuó
─Ok, ves este aparato, es un instrumento para oftalmología. El paciente  se acomoda aquí donde pareciera que estas cosas le van apretar la cabeza o que un rayo le va a perforar el ojo si lo coloca aquí – dijo colocándose el mismo en la posición del paciente ─y al otro lado el o la oculista mira bien a fondo el ojo del paciente con unas lentes especiales…. Estos otros sirven para estudiar la sangre, por medio de centrífugos y otros aparatitos  separamos los componentes de la sangre, suero, glóbulos rojos, blancos, grasas  peligrosas, azucares, etc. – continuó Ricky
Por último después de unas resumidas descripciones de otros tantos instrumentos me preguntó:
─ ¿te gusta sacar fotos?
─Sí─respondí – tengo una de esas viejas cámaras  110 alargaditas
─la practiquísima 110, las primeras cámaras  de tamaño compacto, para la cartera de la dama o el bolsillo del caballero─dijo dibujando un rectángulo en el aire de la misma forma que lo había  hecho yo─esas tienen unos negativos muy chiquititos. Esta vieja  maquina que tenemos acá ─continuó el mientras tomaba de ambas manijas un armatoste de metal con un largo brazo─ es un equipo de rayos x portátil, con esta perilla el técnico regula la cantidad de energía que  va a utilizar, con esta otra el tiempo que va a tardar la exposición o foto.─decía el  mientras giraba las perillas─ y acá dentro de este brazo esta el tubo con que se saca esa foto o radiografía. Que en definitiva es algo así como un negativo grande pero de los huesos. Bueno…─dijo y luego me miro buscando las palabras  o la forma mas apropiada quizás.
─Nahuel─dijo al fin─ muchísimas gracias, no te imaginas el tiempo que nos ahorraron, que fuerza  que tienen los chicos  de por aquí.
─debe ser por el aire puro, renueva las energías –dije yo
─seguro que sí mi amigo, pero si alguna vez queres ir a la Facu, hablas conmigo y te becamos, tamos!─dijo muy seguro y serio.
─lo voy a tener en cuenta, muchas gracias doc.; ahora  lo dejo no va a ser cosa que se atrasen por culpa de mi curiosidad─ le respondí sonriente
─los mejores estudiantes son los mas curiosos, muchas gracias nuevamente y hasta luego─saludó el amablemente.
─nos vemos Doc. hasta pronto – salude yo también y me fui.

Era casi medio día  pero Antü, el sol  se estuvo escondiendo detrás de pequeñas nubes  que el viento empujaba en diferentes direcciones, apiñándolas según su capricho o quizás sería cosa de la tía. Aunque waiwen  es mi amigo, él nunca dejaría que antu me delatara. 
 El doctor me caía bien, pero prefería la tranquilidad del bosque. Cruce la ruta sin prisa, haciendo crujir el ripio a cada paso que daba, salté las dobladas líneas de  alambre y me interné en la espesura del bosque. No me importaba que el volcán quedara lejos, ese día quería caminar.
 Una y otra vez  volvían a mí las palabras del doctor, algunas cosas no entendí  muy bien para que servían pero otras  me parecieron realmente fascinantes.
 Entre las ramas de las lengas se escurrían  los rayos del sol, dibujando largas siluetas. En un pequeño claro me detuve a ver el cielo y lo encontré limpio, no quedaba ni una sola nube.
La tarde será magnifica, pensé.
El eco del canto libre de un cóndor penetró entre el silencio de ñires y araucarias. No podía verlo, pero al oír su agudo canto supe que faltaba muy poco para llegar al pie del volcán Lanin.
Ladera arriba, hermanados por años de convivencia se alzan majestuosos, altísimos pehuenes abrazados al suelo volcánico de roca y arena. Rara vez encontraba turistas  por la senda de mi arroyito cantor, no era fácil ascender por ahí. Las rocas se alzan en el terreno dejando grietas y cerrando caminos. Pero el murmullo del agua serpenteando entre las rocas, saltando eventualmente de pequeñas vertientes me infundía paz. Por nada cambiaría una tarde como esa, echado sobre un viejo tronco, disfrutando el calido sol en la más absoluta soledad.
 Un cóndor  volaba en suaves círculos, casi flotando en el cielo celeste intenso. Respiré
profundo y dejé caer los brazos a ambos lados del tronco, al poco rato se apoderó de mí esa pesadez que trae el sueño y me dejé vencer.
Dormía relajado al sol cuando las estertóreas risas de unas inoportunas señoritas interrumpieron mi siesta. Salté del tronco y me oculté detrás de unas rocas. Tal vez, pensé, podría jugarles una broma, si les arrojo unos  guijarros pensarían que algún duende travieso habita esta senda y se alejarían temerosas de ser el  blanco de sus maliciosas ocurrencias.
─dale Isabel camina, quiero ver ese hielo azul-celeste.... te digo que por aquí hay un glaciar, de verdad.─gritó una de ellas
─no, basta, ya no doy mas, me quedo acá! está al otro lado en Chile...─ exclamo exhausta la otra y se dejo caer al suelo en cuclillas.
─ que, no! el Lanin es este y acá debe estar. dale no seas floja, vamos!!─insistió la primera arrojándole  su mochila.
─ay!!─grito la segunda- me golpeaste con la hebilla, bruja odiosa, mas vale que corras.─avisó la mas rubia que segundos después perseguía desordenadamente a la morocha saltando de roca en roca.
Las zapatillas que usaban  eran de una lona muy fina y la suela era blanca y lisa haciendo que resbalasen constantemente en la arenisca. Sin mi intervención volaban piedritas que se arrojaban la una a la otra; reían como locas. Parecía divertido aunque podrían llegar a lastimarse, pensé.
La morocha para su mala suerte saltó hacia atrás apoyando todo el peso de su cuerpo en un pie que resbalo en una roca suelta. El desnivel del suelo la arrastró hasta una grieta apresando su pie derecho. Un grito de susto e inmediatamente de dolor escapó de su boca. La rubia corrió hasta ella y metió su pequeña mano en la  grieta, pero cada intento que hacia para liberar el pie, su amiga gruñía y se mordía de dolor. Desistió en sus intentos y al retirar su mano la encontró manchada de sangre.
─no te asustes, no te asustes─le repitió a la morocha procurando mantener la calma.─yo voy por ayuda  a…la intendencia, la radio estación, donde el guardaparque…no se, pero te traigo ayuda. Vos quédate tranquila, ahora vuelvo─dijo la rubia, tomo la mochila y se fue dudando un poco que senda tomar.
La chica intentó varias veces liberarse fracasando en cada intento. Hacía mucho calor a esa hora y parecía un poco mareada, no se si la causa era el sol, el dolor o la sangre que estaba perdiendo. No sabía que hacer; si me acercaba a socorrerla, ella se espantaría al ver el extraño broncíneo efecto dorado que producía el sol en mi piel, y a cada minuto que pasaba el olor de la sangre era mas intenso, mis ojos debían de estar muy rojos, de seguro pensaría que soy un drogadicto; cobardemente decidí esperar un poco, tal vez su amiga no tarde tanto, me convencí.
Pasó media hora y nada, su amiga no aparecía por ninguna parte. Parecía más mareada que antes, apoyó su cabeza en el suelo pedregoso y se quedo muy quieta, demasiado. Corrí hacia ella sin pensarlo y al oír su respiración me tranquilicé, solo estaba desmayada. Tenía que actuar rápido, me hinqué de rodillas buscando ver qué y que tamaño tenía lo que aprisionaba el pie. La grieta parecía el resultado de la erosión entre dos grandes losas, pequeñas piedras filosas serraban la trampa entre ellas y la arenilla se había escurrido muy  por debajo en la grieta.
Aun para mi fue difícil empujar unos pocos centímetros la losa que estaba tan enterrada en el suelo volcánico. Con una mano sostuve la losa y con la otra quite las rocas que me estorbaban. El alivio en el rostro de ella fue inmediato. La sangre gomosa y coagulada chorreaba mezclada con arena. Rompí la media y retiraba la zapatilla cuando entre abrió sus ojos y me preguntó:
─ Isabel, donde está, viniste con ella?
─en un rato vas a estar con ella, te voy hacer un torniquete, no te asustes─ le advertí mientras me quitaba el cinto tejido y lo enroscaba en su pierna apretando un fuerte nudo. Estaba pálida y confundida como si estuviera insolada. Asintió levemente  y se volvió a desmayar. Mejor así, pensé. Tenía que llevarla en andas hasta la oficina del guardaparques, Pedro sería de mas ayuda que su amiga. De seguro esa rubia se equivoco de sendero y ha de estar llegando al lago Tromen en vez del resguardo aduanero.
Cruzando el bosque de lengas tenía dos posibilidades, encontrar a Pedro recorriendo la zona con su jeep o si no había suerte llegar hasta el puesto de gendarmería y escabullirme sin llamar la atención hasta la oficina del guarda parques.
Los pájaros carpinteros se habían propuesto enloquecerme esa tarde, estaban por todas partes taladrando los troncos con sus potentes picos, temía que tanta bulla despertara a la chica de un momento a otro.
Oí que por la ruta provincial 60 crujían las ruedas de un jeep resbalando sobre el ripio, de seguro que es Pedro, me dije y silbé varias veces para llamar la atención de mi amigo. El  jeep se detuvo.
El aire fresco del bosque y la siestecita le fueron favorables, cuando descendíamos el último tramo ella despertó  rodeada de flores. Bajó un brazo, estirando su mano para acariciar los suaves pétalos anaranjados con pinceladas oscuras que poblaban el camino. Pesaba mucho mas así, pero la dejé, a mi también me gustan mucho los amancay, mas luego, tomando una por el tallo vi que quería arrancarla. Di un brusco giro y evité que lo hiciera. Se cruzó de brazos y ya no quise mirarla por que parecía enojada. Mejor así, pensé, por que de esa forma era mucho más liviana. Al llegar a la ruta calculo que estábamos a unos 15 metros  por detrás del jeep. Ella bajo la pierna sana y quiso andar por sus propios medios. Parece que la bella durmiente desea descender de su burro encantado, pensé, burlándome de mi suerte. Apoyando una mano sobre mi hombro empezó a saltar en un pie hacia el jeep. En ese instante vi  que Pedro volvió la vista al frente, coloco la llave en el tambor y le dio arranque al motor.
─se va, no hay dudas, se está yendo─ murmuré asombrado. Ella debió pensar lo mismo por que colocando pulgar e índice presionando su carnoso labio inferior silbó agudo y fuerte, incluso mas fuerte que yo. Acto seguido se mordió el labio y se quejo del dolor del pie.
─mierda─ dijo enfatizando las primeras silabas. Increíble, pensé sin dejar de mirarla, esta no es la bella durmiente, esta es Fiona. No era una conducta muy femenina pero funcionó. Pedro nos vio por el espejo  retro visor, puso marcha atrás y al minuto siguiente el jeep estaba junto a nosotros.
─no te vi Nahuel, menos mal que silbaste─ se disculpo Pedro
─yo silbé –corrigió ella.
Las sombras de los árboles cubrían la mitad de la ruta a esa hora de la tarde y el movimiento de las hojas con el viento producía un constante parpadeo de luz y sombra que impedían ver con claridad. Pedro se quitó los lentes de sol y la estudió de pies a cabeza, preguntándole al ver el feo corte del pie:
─ el torniquete te lo hiciste vos?
─no, ese fui yo, para que dejara de sangrar por ese feo tajo que se hizo en el Lanin─ respondí yo
─ ¿tenes una amiga que se llama Isabel? –comenzó el su interrogatorio y ella asintió.
─ las dos son estudiantes de UBA y están haciendo un voluntariado en las comunidades mapuches cercanas─ continuó el y ella asintió nuevamente.
─que suerte que la encontraste Nahuel─me dijo él aliviado─ mejor aviso pronto por  el radio antes que la rubia loca esa consiga que vengan los rescatistas del ICE con helicóptero y todo a buscar esta chica. Estos porteños hacen todo mal y después exigen que se mueva cielo y tierra por ellos.
Después de oír la comunicación radial entre los de gendarmería y el guardaparque el rostro de la chica expresaba una gran vergüenza y enojo, se soltó de mi hombro, se balanceó un poco, saltó otro poco y se tomó de la abertura sin puerta del lado del acompañante.
─ me va a lleva ahora o va a esperar que se me ponga morado el pie.─dijo ella impaciente
─tranquila, que nadie pagó multa por ascender al volcán sin el equipo adecuado, todavía ─ dijo el procurando aflojar tenciones, me guiño un ojo y se sonrió.
Ella giro a la derecha y luego a la izquierda dudando que pierna ascender primero, entonces en un movimiento la alcé del suelo y la deposité en el asiento con cuidado de no rozar el pie con la goma sucia de la alfombra.
─gracias─ dijo ella de improvisto viéndome a los ojos. En su rostro se dibujaba una sonrisa de sincera gratitud.
…gracias- repitió o acaso lo pensó, no se, ya el hambre me hace imaginar cosas, pensé.
─bueno, cumplí con mi palabra, ya te vas con tu amiga así que yo me voy─ me despedí de ella
─chau Pedro!, nos vemos, después alcánzame el cinto─saludé también a mi amigo.
─echo!, chau, chau…─respondió el dándole un exagerado giro a la llave, para que el viejo jeep entre explosiones y sacudidas volviera a arrancar su motor.
Aunque era tarde y estaba hambriento no pude alejarme mucho, oculto entre los alerces al costado del camino vi como se alejaba el jeep.
 De pronto ella se alzó trabajosamente en el asiento gritando:
─un puma!, hay un puma ahí, el muchacho, hay que ayudarlo!
Al oír eso me agazapé entre la hierba donde no pudiera ser visto.
─no señorita, no hay pumas por aquí –mintió el para tranquilizarla. Le tocó la frente y meneando la cabeza dio su diagnostico.─me parece que se insoló y su amiga también.
De seguro lograría convencerla, terminaría pensando que lo que vio nunca estuvo ahí. Pedro es un buen amigo y siempre supo como mantener un secreto.
A la mañana siguiente al pasar junto al claro donde instalaron los trailers sentí curiosidad de oír que estaban haciendo. Ascendí  los escalones y me detuve a un lado de la abertura de la plegada puertecita. En el interior un niño lanzó un grito entrecortado, rompiendo en llanto tan rápido como salta un grillo. Quedé petrificado  del susto, ¿que causaba tanto dolor?, esto no puede ser bueno, pensé turbado.
  ¿que pasa, por que esos ojos tan abiertos?, cualquiera diría que tenes miedo─ me sorprendió la tía. Siempre tan sigilosa esa vieja astuta que pocas veces podía oírla llegar.
─miedo yo!─dije cambiando de postura con el seño un tanto fruncido.
Hizo su típico gesto de no te creo nada y me susurro al oído ─sos un gato curioso─ me tomo del brazo y me invitó con un gesto a espiar junto a ella.
Mejillas rojas, ojos llorosos y puñitos apretados a los dedos de sus mamás, unos cinco niños esperaban ser vacunados. Por dentro el trailer parecía mas grande que por fuera. Resultó que la escalera dividía justo a la mitad aquel trailer sin ventanas, quedando a un lado y al otro unas mesitas donde realizaban los tramites de rigor (completar libretas vacunatorias y censos), seguidas de algo así como unos pequeños consultorios. Una puerta se abrió lentamente con una brisa y la vi retirando una jeringa y frotando el brazo de un nenito que ahogaba su llanto contra el hombro de su mamá. Pinchó la aguja en un  recipiente plástico, desechó jeringa y frasquito al cesto y reservó la etiqueta para pegarla en una libreta. Apoyando tan solo el antepié, con un vendaje manchado con lamparones de yodo caminó rengueando hacia la puerta, precedida por la señora con el chico en brazos. Dejó la libreta con la enfermera de la mesita e inmediatamente hizo pasar otra mamá con su bebe. En el intercambio de pacientes se encontraron mi mirada con la suya, me sonrió y cerró la puerta del consultorio.
Me quedé atontado con su sonrisa, conservando en mi retina el volcán de grietas verdosas de sus ojos. Sin percatarse del verdadero interés de mi visita, la tía saludo a las enfermeras y nos fuimos.

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