Waiwen-kürrëf,
el viento corría junto a mí, rodeándome de hojas viajeras, empujándome con su
fuerza invisible, susurrando peligros, repitiendo voces extrañas, metálicas
estridencias que lo inquietaban.
─¿donde? ─pregunté al viento que rodando y rodando en su arremolinar de recuerdos trajo
a mis oídos el murmullo de un río de niños y como un eco de alas que se agitan,
la voz de la tía que me llama.
Le di las gracias a Waiwen-kürrëf y corrí veloz hacia la comunidad, enterrando las garras
entre el ripio. Empujé con el hocico las ramas secas que ocultaban mi jean al pie del pehuen, me calcé
el desgastado jean y me proponía dar los primeros pasos, sacudiéndome un poco
de tierra para ir ladera abajo hacia la comunidad.
─me
imagino que vas primero por la casa en busca de una remera y unas zapatillas,
no?-me atajó la tía descendiendo de las elásticas ramas del pehuen que estaba ahora a mis espaldas.
-justamente
eso estaba por hacer –contesté fingiendo
ser la persona mas pulcra del universo.
A
la distancia frente a nosotros vi unos grandes micros, trailers y escanias con larguísimas cargas ocupando el
amplio y verde claro junto a las
casitas.
─¿y
esos, quienes son, que se traen con tanto ruido?─pregunté señalando los grandes
rodados.
─una
comitiva sanitaria, te acordás? médicos,
enfermeras ,dentista, oculista─me recordó ella─ya era hora; al lonco le hacia
falta unos lentes nuevos, ya no distingue una flor de amancay de una muticia.
─¡nada
mas que eso! ─ espeté interrumpiéndola
─ y también vinieron los censistas, esos
nunca faltan, ni hacen falta –agrego ella con sorna.
─ son
inútiles, pero no son una amenaza los
censistas. Waiwen me trajo corriendo como un loco al limite de mis fuerzas…
creí que había algún peligro ─dije molesto.
─ el buen Waiwen es muy viejo y cualquier ruido nuevo lo espanta. ya nos
quitaron tanto, tenes que comprenderlo ─ dijo la tía justificando al viento.
─ ¿y usted, para que me llamaba? ─ pregunté entre la avalancha de varillas de metal que
golpeteándose entre si caían cada
uno mas lejos del otro en un desordenado abanico frente al camión del que cayeron.
─ quiero
que ayudes un poco, vos sos fuerte y
ellos trajeron equipos muy pesados que de seguro les llevaría horas bajar de los
camiones.
La
miré sin hacer ni el más mínimo gesto calibrando cuantas posibilidades
tenía de marcharme, planeando
la excusa perfecta, pero ella adivinando
mis intenciones se cruzó de brazos y frunció el seño esperando que aceptara
ayudarles. Estaba en el horno, tenía que vestirme y para colmo hacer de burro
de cargas para unos extraños.
─ ¿la remera celeste está limpia?─ pregunté con desgano.
─ para
que queres algo limpio con la tierra que tenes encima─ se quejo la tía.
─bue…!
entonces me pongo la roja ─le grité y me fui murmurando bajo, lo vieja y
protestona que se estaba poniendo .
─te
oí!─ grito ella desde el pie del pehuen sacudiéndose unas plumas que le
quedaron en la ropa.
Unos
diez minutos mas tarde, mezclados en el
desorden de sogas para tensar toldos, escaleras de aluminio armándose entre
chirridos agudos y golpes secos de remaches, descubrimos que entre todo ese
ruido ya funcionaba uno de los traileres
.
No
hicieron más que llegar y ya toda la comunidad olía a remedio. El olor metálico
de yodo y sangre que sentí con solo
pasar frente al trailer me quemaba la nariz. No me gustaba estar cerca de ellos
pero esta vez no podía escaparme.
─ veo que ya comenzaron a vacunar a los mas chicos ─ dijo la tía dirigiéndose a
uno de los organizadores.
─ no hay tiempo que perder, como siempre le digo a mis alumnos, una oportunidad
de vacunar perdida es un chico desprotegido─contesto él─me presento, yo soy Ricardo
Gomez y aquellos que están trabajando allá─dijo el señalando el trailer─ son
estudiantes de facultad de medicina que normalmente participan del programa ApriSA(voluntariado
universitario de atención primaria de la salud ) que trabaja en barrios de la
capital federal, pero, oímos que
buscaban voluntarios para una campaña en Junín y bueno acá estamos…
─bienvenido
sea entonces, ocho comunidades le agradecen doctor─le interrumpió ella
─ no hay nada que agradecer señora, el voluntariado debería ser un compromiso
ineludible para todos los profesionales de la salud, por lo menos eso tratamos
de inculcarle a nuestros alumnos.
─señorita─corrigió
ella─ mi nombre es Raiquén, soy la machi de la comunidad
─ha!
una colega─ dijo el sonriente.
─si,
si─dije yo─ y de hace muuuucho tiempo…
─tengo
que decirle compañera que usted es la machi mas joven y bonita que he visto en
mi vida ─dijo muy galante mister Ricky.
Ella
me echo blanco y luego cambiando totalmente de semblante, expresándose de la
manera mas amistosa le ofreció al caballero mis servicios como plomo, o algo así.
Encantado
mister Ricky me puso a trabajar sin demora.
El trabajito no consistía solo en bajar
cajas y cajas de los larguísimos escanias sino que también había que
ayudar a desclavar, tenaza en mano una por una. Dos horas mas tarde la pila de tergopoles, goma espumas y maderas
del los embalajes era casi tan alta como yo, los camiones estaban vacíos y mi
tarea terminada.
Tenía
curiosidad de ver todo aquello que trajeron.
Caminando
entre los que estaban avocados al armado de los equipos solo vi marañas de cables
y lámparas o reflectores de todos los
tamaños… ¿para que querrían tantos?, pensé.
Los
tableros no solo estaban minados de
botones sino que también las etiquetas
debajo de ellos estaban escritas en
idiomas y símbolos extraños. Abundaban las piezas sueltas, diseminadas por
todas partes y los balijines que encontré abiertos tranquilamente podrían
contener elementos de tortura, imaginé
viendo herramientas que eran mas dignas de un carpintero que de un medico o un dentista.
Entre
aquellos muchachos estaba Mr. Ricky metiendo mano también en el rompecabezas de piezas que había frente a
ellos. Ni bien me vio, dejó lo que
estaba haciendo para acompañarme en mi vuelta de reconocimiento de objetos
extraños.
─es imaginación mía o en este mismo momento te
estas preguntando ¿para que diablos
será todo esto?─ preguntó el sabiendo
que mi repuesta sería afirmativa.
─así
es –respondí─ y aunque algunos de estos artefactos parezcan ser simples autógenas,
creo que no lo son─ dije para que notara la magnitud de mi desconcierto.
─mira,
esteee…como era tu nombre?─ dijo procurando recordar un nombre que todavía no
había oído.
─Nahuel
– dije y entonces continuó
─Ok, ves este aparato, es un instrumento para oftalmología. El paciente se acomoda aquí donde pareciera que estas
cosas le van apretar la cabeza o que un rayo le va a perforar el ojo si lo
coloca aquí – dijo colocándose el mismo en la posición del paciente ─y al otro
lado el o la oculista mira bien a fondo el ojo del paciente con unas lentes
especiales…. Estos otros sirven para estudiar la sangre, por medio de centrífugos
y otros aparatitos separamos los componentes
de la sangre, suero, glóbulos rojos, blancos, grasas peligrosas, azucares, etc. – continuó Ricky
Por
último después de unas resumidas descripciones de otros tantos instrumentos me
preguntó:
─ ¿te
gusta sacar fotos?
─Sí─respondí
– tengo una de esas viejas cámaras 110
alargaditas
─la
practiquísima 110, las primeras cámaras
de tamaño compacto, para la cartera de la dama o el bolsillo del
caballero─dijo dibujando un rectángulo en el aire de la misma forma que lo había hecho yo─esas tienen unos negativos muy
chiquititos. Esta vieja maquina que
tenemos acá ─continuó el mientras tomaba de ambas manijas un armatoste de metal
con un largo brazo─ es un equipo de rayos x portátil, con esta perilla el técnico
regula la cantidad de energía que va a
utilizar, con esta otra el tiempo que va a tardar la exposición o foto.─decía
el mientras giraba las perillas─ y acá
dentro de este brazo esta el tubo con que se saca esa foto o radiografía. Que
en definitiva es algo así como un negativo grande pero de los huesos. Bueno…─dijo
y luego me miro buscando las palabras o
la forma mas apropiada quizás.
─Nahuel─dijo
al fin─ muchísimas gracias, no te imaginas el tiempo que nos ahorraron, que
fuerza que tienen los chicos de por aquí.
─debe
ser por el aire puro, renueva las energías –dije yo
─seguro
que sí mi amigo, pero si alguna vez queres ir a la Facu, hablas conmigo y te
becamos, tamos!─dijo muy seguro y serio.
─lo
voy a tener en cuenta, muchas gracias doc.; ahora lo dejo no va a ser cosa que se atrasen por culpa
de mi curiosidad─ le respondí sonriente
─los
mejores estudiantes son los mas curiosos, muchas gracias nuevamente y hasta
luego─saludó el amablemente.
─nos
vemos Doc. hasta pronto – salude yo también y me fui.
Era
casi medio día pero Antü, el sol se estuvo escondiendo detrás de pequeñas
nubes que el viento empujaba en
diferentes direcciones, apiñándolas según su capricho o quizás sería cosa de la
tía. Aunque waiwen es mi amigo, él nunca
dejaría que antu me delatara.
El doctor me caía bien, pero prefería la tranquilidad
del bosque. Cruce la ruta sin prisa, haciendo crujir el ripio a cada paso que
daba, salté las dobladas líneas de alambre y me interné en la espesura del
bosque. No me importaba que el volcán quedara lejos, ese día quería caminar.
Una y otra vez
volvían a mí las palabras del doctor, algunas cosas no entendí muy bien para que servían pero otras me parecieron realmente fascinantes.
Entre las ramas de las lengas se escurrían los rayos del sol, dibujando largas siluetas.
En un pequeño claro me detuve a ver el cielo y lo encontré limpio, no quedaba
ni una sola nube.
La
tarde será magnifica, pensé.
El
eco del canto libre de un cóndor penetró entre el silencio de ñires y
araucarias. No podía verlo, pero al oír su agudo canto supe que faltaba muy poco
para llegar al pie del volcán Lanin.
Ladera
arriba, hermanados por años de convivencia se alzan majestuosos, altísimos
pehuenes abrazados al suelo volcánico de roca y arena. Rara vez encontraba
turistas por la senda de mi arroyito
cantor, no era fácil ascender por ahí. Las rocas se alzan en el terreno dejando
grietas y cerrando caminos. Pero el murmullo del agua serpenteando entre las
rocas, saltando eventualmente de pequeñas vertientes me infundía paz. Por nada
cambiaría una tarde como esa, echado sobre un viejo tronco, disfrutando el
calido sol en la más absoluta soledad.
Un cóndor
volaba en suaves círculos, casi flotando en el cielo celeste intenso. Respiré
profundo
y dejé caer los brazos a ambos lados del tronco, al poco rato se apoderó de mí
esa pesadez que trae el sueño y me dejé vencer.
Dormía
relajado al sol cuando las estertóreas risas de unas inoportunas señoritas
interrumpieron mi siesta. Salté del tronco y me oculté detrás de unas rocas.
Tal vez, pensé, podría jugarles una broma, si les arrojo unos guijarros pensarían que algún duende travieso
habita esta senda y se alejarían temerosas de ser el blanco de sus maliciosas ocurrencias.
─dale
Isabel camina, quiero ver ese hielo azul-celeste.... te digo que por aquí hay un glaciar, de
verdad.─gritó una de ellas
─no,
basta, ya no doy mas, me quedo acá! está al otro lado en Chile...─ exclamo exhausta la otra y se dejo caer al
suelo en cuclillas.
─ que, no! el Lanin es este y acá debe estar. dale no seas floja, vamos!!─insistió la primera arrojándole su mochila.
─ay!!─grito
la segunda- me golpeaste con la hebilla, bruja odiosa, mas vale que
corras.─avisó la mas rubia que segundos después perseguía desordenadamente a la
morocha saltando de roca en roca.
Las
zapatillas que usaban eran de una lona
muy fina y la suela era blanca y lisa haciendo que resbalasen constantemente en
la arenisca. Sin mi intervención volaban piedritas que se arrojaban la una a la
otra; reían como locas. Parecía divertido aunque podrían llegar a lastimarse,
pensé.
La
morocha para su mala suerte saltó hacia atrás apoyando todo el peso de su
cuerpo en un pie que resbalo en una roca suelta. El desnivel del suelo la
arrastró hasta una grieta apresando su pie derecho. Un grito de susto e
inmediatamente de dolor escapó de su boca. La rubia corrió hasta ella y metió
su pequeña mano en la grieta, pero cada
intento que hacia para liberar el pie, su amiga gruñía y se mordía de dolor. Desistió
en sus intentos y al retirar su mano la encontró manchada de sangre.
─no
te asustes, no te asustes─le repitió a la morocha procurando mantener la
calma.─yo voy por ayuda a…la
intendencia, la radio estación, donde el guardaparque…no se, pero te traigo
ayuda. Vos quédate tranquila, ahora vuelvo─dijo la rubia, tomo la mochila y se
fue dudando un poco que senda tomar.
La
chica intentó varias veces liberarse fracasando en cada intento. Hacía mucho
calor a esa hora y parecía un poco mareada, no se si la causa era el sol, el
dolor o la sangre que estaba perdiendo. No sabía que hacer; si me acercaba a
socorrerla, ella se espantaría al ver el extraño broncíneo efecto dorado que producía el sol en
mi piel, y a cada minuto que pasaba el olor de la sangre era mas intenso, mis ojos
debían de estar muy rojos, de seguro pensaría que soy un drogadicto; cobardemente
decidí esperar un poco, tal vez su amiga no tarde tanto, me convencí.
Pasó
media hora y nada, su amiga no aparecía por ninguna parte. Parecía más mareada
que antes, apoyó su cabeza en el suelo pedregoso y se quedo muy quieta,
demasiado. Corrí hacia ella sin pensarlo y al oír su respiración me tranquilicé,
solo estaba desmayada. Tenía que actuar rápido, me hinqué de rodillas buscando ver
qué y que tamaño tenía lo que aprisionaba el pie. La grieta parecía el
resultado de la erosión entre dos grandes losas, pequeñas piedras filosas
serraban la trampa entre ellas y la arenilla se había escurrido muy por debajo en la grieta.
Aun
para mi fue difícil empujar unos pocos centímetros la losa que estaba tan
enterrada en el suelo volcánico. Con una mano sostuve la losa y con la otra
quite las rocas que me estorbaban. El alivio en el rostro de ella fue
inmediato. La sangre gomosa y coagulada chorreaba mezclada con arena. Rompí la
media y retiraba la zapatilla cuando entre abrió sus ojos y me preguntó:
─ Isabel, donde está, viniste con ella?
─en
un rato vas a estar con ella, te voy hacer un torniquete, no te asustes─ le
advertí mientras me quitaba el cinto tejido y lo enroscaba en su pierna
apretando un fuerte nudo. Estaba pálida y confundida como si estuviera insolada.
Asintió levemente y se volvió a
desmayar. Mejor así, pensé. Tenía que llevarla en andas hasta la oficina del
guardaparques, Pedro sería de mas ayuda que su amiga. De seguro esa rubia se
equivoco de sendero y ha de estar llegando al lago Tromen en vez del resguardo
aduanero.
Cruzando
el bosque de lengas tenía dos posibilidades, encontrar a Pedro recorriendo la
zona con su jeep o si no había suerte llegar hasta el puesto de gendarmería y
escabullirme sin llamar la atención hasta la oficina del guarda parques.
Los
pájaros carpinteros se habían propuesto enloquecerme esa tarde, estaban por
todas partes taladrando los troncos con sus potentes picos, temía que tanta
bulla despertara a la chica de un momento a otro.
Oí
que por la ruta provincial 60 crujían las ruedas de un jeep resbalando sobre el
ripio, de seguro que es Pedro, me dije y silbé varias veces para llamar la
atención de mi amigo. El jeep se detuvo.
El
aire fresco del bosque y la siestecita le fueron favorables, cuando descendíamos
el último tramo ella despertó rodeada de
flores. Bajó un brazo, estirando su mano para acariciar los suaves pétalos anaranjados con pinceladas oscuras que
poblaban el camino. Pesaba mucho mas así, pero la dejé, a mi también me gustan
mucho los amancay, mas luego, tomando una por el tallo vi que quería
arrancarla. Di un brusco giro y evité que lo hiciera. Se cruzó de brazos y ya
no quise mirarla por que parecía enojada. Mejor así, pensé, por que de esa
forma era mucho más liviana. Al llegar a la ruta calculo que estábamos a unos 15 metros por detrás del jeep. Ella bajo la pierna sana
y quiso andar por sus propios medios. Parece que la bella durmiente desea
descender de su burro encantado, pensé, burlándome de mi suerte. Apoyando una
mano sobre mi hombro empezó a saltar en un pie hacia el jeep. En ese instante
vi que Pedro volvió la vista al frente,
coloco la llave en el tambor y le dio arranque al motor.
─se
va, no hay dudas, se está yendo─ murmuré asombrado. Ella debió pensar lo mismo
por que colocando pulgar e índice presionando su carnoso labio inferior silbó
agudo y fuerte, incluso mas fuerte que yo. Acto seguido se mordió el labio y se
quejo del dolor del pie.
─mierda─ dijo enfatizando las primeras silabas. Increíble, pensé sin dejar de mirarla,
esta no es la bella durmiente, esta es Fiona. No era una conducta muy femenina
pero funcionó. Pedro nos vio por el espejo retro visor, puso marcha atrás y al minuto
siguiente el jeep estaba junto a nosotros.
─no
te vi Nahuel, menos mal que silbaste─ se disculpo Pedro
─yo
silbé –corrigió ella.
Las
sombras de los árboles cubrían la mitad de la ruta a esa hora de la tarde y el
movimiento de las hojas con el viento producía un constante parpadeo de luz y
sombra que impedían ver con claridad. Pedro se quitó los lentes de sol y la estudió
de pies a cabeza, preguntándole al ver el feo corte del pie:
─ el torniquete te lo hiciste vos?
─no, ese fui yo, para que dejara de sangrar por ese feo tajo que se hizo en el
Lanin─ respondí yo
─ ¿tenes una amiga que se llama Isabel? –comenzó el su interrogatorio y ella
asintió.
─ las dos son estudiantes de UBA y están haciendo un voluntariado en las
comunidades mapuches cercanas─ continuó el y ella asintió nuevamente.
─que
suerte que la encontraste Nahuel─me dijo él aliviado─ mejor aviso pronto
por el radio antes que la rubia loca esa
consiga que vengan los rescatistas del ICE con helicóptero y todo a buscar esta
chica. Estos porteños hacen todo mal y después exigen que se mueva cielo y
tierra por ellos.
Después
de oír la comunicación radial entre los de gendarmería y el guardaparque el
rostro de la chica expresaba una gran vergüenza y enojo, se soltó de mi hombro,
se balanceó un poco, saltó otro poco y se tomó de la abertura sin puerta del
lado del acompañante.
─ me va a lleva ahora o va a esperar que se me ponga morado el pie.─dijo ella
impaciente
─tranquila,
que nadie pagó multa por ascender al volcán sin el equipo adecuado, todavía ─ dijo
el procurando aflojar tenciones, me guiño un ojo y se sonrió.
Ella
giro a la derecha y luego a la izquierda dudando que pierna ascender primero,
entonces en un movimiento la alcé del suelo y la deposité en el asiento con
cuidado de no rozar el pie con la goma sucia de la alfombra.
─gracias─ dijo ella de improvisto viéndome a los ojos. En su rostro se dibujaba una sonrisa
de sincera gratitud.
…gracias- repitió o acaso lo pensó, no se, ya el hambre me hace imaginar cosas, pensé.
─bueno,
cumplí con mi palabra, ya te vas con tu amiga así que yo me voy─ me despedí de
ella
─chau
Pedro!, nos vemos, después alcánzame el cinto─saludé también a mi amigo.
─echo!,
chau, chau…─respondió el dándole un exagerado giro a la llave, para que el
viejo jeep entre explosiones y sacudidas volviera a arrancar su motor.
Aunque
era tarde y estaba hambriento no pude alejarme mucho, oculto entre los alerces
al costado del camino vi como se alejaba el jeep.
De pronto ella se alzó trabajosamente en el asiento
gritando:
─un
puma!, hay un puma ahí, el muchacho, hay que ayudarlo!
Al
oír eso me agazapé entre la hierba donde no pudiera ser visto.
─no
señorita, no hay pumas por aquí –mintió el para tranquilizarla. Le tocó la
frente y meneando la cabeza dio su diagnostico.─me parece que se insoló y su
amiga también.
De
seguro lograría convencerla, terminaría pensando que lo que vio nunca estuvo ahí.
Pedro es un buen amigo y siempre supo como mantener un secreto.
A
la mañana siguiente al pasar junto al claro donde instalaron los trailers sentí
curiosidad de oír que estaban haciendo. Ascendí
los escalones y me detuve a un lado de la abertura de la plegada puertecita.
En el interior un niño lanzó un grito entrecortado, rompiendo en llanto tan
rápido como salta un grillo. Quedé petrificado del susto, ¿que causaba tanto dolor?, esto no
puede ser bueno, pensé turbado.
─ ¿que pasa, por que esos ojos tan
abiertos?, cualquiera diría que tenes miedo─ me sorprendió la tía. Siempre tan
sigilosa esa vieja astuta que pocas veces podía oírla llegar.
─miedo
yo!─dije cambiando de postura con el seño un tanto fruncido.
Hizo
su típico gesto de no te creo nada y me susurro al oído ─sos un gato curioso─ me tomo del brazo y me invitó con un gesto a espiar junto a ella.
Mejillas
rojas, ojos llorosos y puñitos apretados a los dedos de sus mamás, unos cinco
niños esperaban ser vacunados. Por dentro el trailer parecía mas grande que por
fuera. Resultó que la escalera dividía justo a la mitad aquel trailer sin
ventanas, quedando a un lado y al otro unas mesitas donde realizaban los
tramites de rigor (completar libretas vacunatorias y censos), seguidas de algo así
como unos pequeños consultorios. Una puerta se abrió lentamente con una brisa y
la vi retirando una jeringa y frotando el brazo de un nenito que ahogaba su
llanto contra el hombro de su mamá. Pinchó la aguja en un recipiente plástico, desechó jeringa y
frasquito al cesto y reservó la etiqueta para pegarla en una libreta. Apoyando
tan solo el antepié, con un vendaje manchado con lamparones de yodo caminó
rengueando hacia la puerta, precedida por la señora con el chico en brazos.
Dejó la libreta con la enfermera de la mesita e inmediatamente hizo pasar otra
mamá con su bebe. En el intercambio de pacientes se encontraron mi mirada con
la suya, me sonrió y cerró la puerta del consultorio.
Me
quedé atontado con su sonrisa, conservando en mi retina el volcán de grietas
verdosas de sus ojos. Sin percatarse del verdadero interés de mi visita, la tía
saludo a las enfermeras y nos fuimos.
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