Recuerdo tener esa pasmosa sequedad de boca con
la lengua adormecida contra el fondo del paladar y la mandíbula apretando los
dientes en el rictus de los largos periodos de sueño. Despertar con la
seguridad de haber estado escuchando los mismos sonidos por horas y horas. En
la incomodidad de una cama recta y rígida sintiendo aromas inquietantemente
conocidos. Abrir finalmente los ojos y ver el aburrido monocromo de paredes,
sabanas, almohada y cortinas tan repetidamente común en clínicas y hospitales.
Que me desesperé.
¿Dónde mierda?..... Perdón.
Es que a
ningún medico le gusta estar en el lugar del paciente y justamente ahí estaba
yo.
No era una sala larga y llena de camas como en
terapia. No. Era mas bien una habitación o un aislamiento dentro de otro que acústicamente
daba la idea de una sucesión de equipos pitando con diferentes frecuencias en
un pasillo no mucho mas pequeño que un UTI pero aun así con los suficientes
equipos como para mantener a una paciente en un coma farmacológico como el que
parecía estar mi compañera de cuarto. Una nena de unos quince años apenas con
una enorme panza deformando su menudo cuerpecito.
Llega una enfermera con un carro, le saca
sangre a la chica y cambia el suero a punto de terminarse.
─ bueno bonita, despeja el bracito que a vos también
necesito sacarte un poquito de sangre, si?─ se acercó ella a mi preparando una
jeringa tan grande como la suya.
Obedeciendo a su orden busqué empujar la
ajustada manga de mi polera pero en su lugar encontré un puño elástico de
friselina fruncido sobre mi muñeca como el de cualquier bata barata de
hospital.
Me limpia el brazo con una gasa embebida en
alcohol, hunde la aguja y empuja el embolo hacia atrás haciéndome sentir un
leve mareo.
─ ¿qué me pasó? ¿dónde estoy?─ le pregunté desconociendo
mi voz que sonaba ronca y abatida.
─ Quedate tranquila querida que en esta clínica
estas en buenas manos…tranquilita.
Apoya la jeringa en la mesita rodante, toma
otra más pequeña con unos 2 mm de un líquido cristalino y me lo inyecta.
Después de eso las voces se hicieron más huecas.
─ ¿ya les tomaste las muestras de sangre?─
preguntó otra voz de alguien que acababa de llegar.
─ Si, ahí están, el de la derecha es el de
ella. Pasalos a un par de tubos y etiquetalos por mi, ¿dale? Que todavía me
quedan dos habitaciones mas, son las siete pasadas y ya me quiero ir. ¡No
aguanto un minuto más acá!─ que diferente y que poco tranquilizadoras sonaban
sus palabras ahora, me dije al oírla.
─ ¡Maldición!─ gritó la otra.
─ ¿Qué hiciste? ¡Lo volcaste!....limpia eso
rápido antes que lo huela y venga para acá… Apurate!─ 1er enfermera.
─ Pero no se cual de los dos era…
─ Si serás pelotuda, che!…bueno, ma si!
Etiquetá ese que es el único que hacia falta, el otro era para control. De última
mañana volvemos a sacarles sangre y listo.
A la mañana siguiente otra enfermera me
despierta para darme el desayuno.
─
enfermera por favor ¿podría decirme porque estoy internada?─ volví a
intentar a ver si esta me respondía.
─ yo no sé
mamita, eso se lo tenes que preguntar al doctor─ responde ella y se va.
Pasan las horas y llega nuevamente la misma
enfermera con el almuerzo y lo deja.
─ no se vaya, ¡espere!─ la detuve─ Dígame
cuando va a venir el doctor, desde ayer que estoy aquí y no recuerdo haberlo
visto. Quiero saber que es lo que me pasa…
─ estarías dormida mi amor, por que el ya pasó
a verte─ respondió ella muy fresca
─ no es posible, por favor, ¡yo necesito hablar
con el!─ insistí
─ yo le aviso, relájate y descansa─ me aseguró
ella.
Unas horas mas tarde entró una tercera
enfermera para limpiar a la paciente junto a mí, manejándose con un descuido
que dejó a descubierto su poca experiencia al salírsele la vía central. Se
asomó al pasillo y a los pocos segundos llega la segunda enfermera para
ayudarla. Normalizan a la paciente y se van discutiendo por el pasillo.
─ ¿que tenes nena, te agarran los temblores o
que?
─ Nada, es la primera vez que me pasa, que
sabía yo que se salía tan fácil.
─ No te hagas la tarada que la Moni ya me contó
lo que le hiciste ayer. Si el doctor se entera de eso estas frita, ¡entendiste!
Prestá atención y no hagas mas cagadas.
Se alejan y todo queda en silencio quedando
solo el sonido de los equipos de monitoreo.
Tenía que hablar con alguien, no podía seguir
ahí otro día más. Tenía que saber que había pasado. Lo último que recordaba era
que el padre de Nahuel había pasado a buscarme por el hospital. Y después de
eso, nada. Absolutamente, nada.
Me revisé los brazos, las piernas, levanté la
bata y busqué algún golpe pensando que tal vez habíamos chocado y yo no lo
recordaba pero, no. Ni el más mínimo golpe, ni cortes, ni nada. Me descubrí los
pies e iba a bajarme de la camilla cuando llega la 1ª enfermera y me detiene.
─ no, no, no!…volvete a la camilla que te vas a
marear
─ no estoy mareada, no tengo nada, quiero ver
al medico─ me exasperé yo tratando que me soltara.
No respondió nada sacó una jeringa de su
bolsillo y me inyectó.
Cuando volví a despertarme estaba frente a mí
la segunda enfermera con otra bandeja de desayuno.
─ hola dormilona, ¿cómo te sentis?─ me preguntó
─ me siento perfectamente, quiero ver al medico─
insistí
─ supongo que si, después de dormir por tres
días yo también quedaría como nueva─ se burló ella
─ tres días, no puede ser─ repetí incrédula.
─ Dale probá el desayuno se buenita, mirá
vainillas y leche de verdad, nada de leche en polvo…
En eso veo pasar a un medico por el pasillo e
intento levantarme tirando la bandeja conmigo al bajar.
─ ¡doctor!─ grité mientras trataba de esquivar
los cristales rotos para alcanzarlo.
Llegué al marco de la puerta y volví a gritar.
Se detuvo como a tres camas de donde yo estaba y volteó a ver quien le llamaba.
─ ¡Mechita! Estas levantada que alegría─ dijo
el sorprendido.
Mi sorpresa no fue menor al reconocer el rostro
de aquel doctor.
Por un momento creí que era una alucinación
provocada por algún fármaco pero al oírle hablar supe que efectivamente era el
padre de Nahuel.
─ ya sé, ¿nunca te dijo que yo era medico,
verdad?
Negué con la cabeza sintiendo que todo daba
vueltas a mi alrededor.
─ tener un medico en la familia es motivo de
orgullo para cualquiera, pero él ¡No! El siempre va en contra de todo─ continuó
─ Dr dígame: ¿qué es lo que pasó? ¿Porque estoy
acá? ¿Donde estoy?
─ Esas son demasiadas preguntas mi querida y
por lo primero tengo que decirte que justamente eso es lo que tratamos de
averiguar, por qué te desmayas, ¿Tuviste algún ataque antes, algún epiléptico
en la familia, quizás?─ interrogó
─ No─ respondí yo con seguridad
─ Tu último periodo cuando fue─ continuó el aun
con mayor interés.
─ A principios de mes pero igualmente es imposible
pensar en un embarazo ya que su hijo y yo siempre nos cuidamos─ me dio
vergüenza decirlo pero me pareció que era necesario que lo supiera.
─ Por supuesto, no podía ser de otra forma, mi
hijo es extremadamente cauteloso igual que yo. Y nunca, pero nunca, dejo algo
suelto al azar─ su seriedad al decirlo era tal que temí tener algo grave.
─ Pero qué barbaridad,¡ mira tus pies!─ exclamó
alarmado.
Juro por Dios que no había sentido ni el más
minino dolor, ni un pinchazo. Apenas vi el charco de sangre a mis pies, sentí
un ardor insoportable que me subía por los tobillos aflojándome las piernas.
─ ¡cuidado!─ gritó la enfermera─ se va a caer.
Quería levantar los talones para aliviar el
dolor que sentía pero lo único que logré fue bambolearme de un lado al otro
dejando manchas de sangre a mi paso.
─ te tengo─ me detuvo el tomándome fuertemente
de un brazo. Me levantó en sus brazos y me cargó hasta la camilla. Luego
sujetándome por el tobillo giró mi pie buscando las heridas.
─ No es nada, son dos cortecitos muy
pequeñitos─ observó el recorriendo con su mano la planta del pie izquierdo
hasta llegar al talón, prosiguiendo de igual forma con el otro pie.
─ Si, este es más profundo─ corrigió el su
observación elevando un poco mi pie para ver mejor el talón.
Y ahí otra vez la punzada, reflejándose en una
sacudida eléctrica de mi pie. Manchando las manos que aun lo sujetaban con
copiosos borbotones de sangre.
─ otra vez el talón─ protesté.
Cerré los ojos recordando el dolor de la caída,
la pierna pelada con raspaduras que sangraban por los pequeños poros y la
desesperación de sentirme atrapada en una trampa del volcán.
Al abrir los ojos apartó la mano de su rostro y
volvió a sujetarme el tobillo presionando con fuerza para detener el sangrado.
Su mano parecía mas limpia que hace un instante pero no veía algodón o gasa,
nada. Solo mantenía una mano bajo el pie recogiendo las gotas.
─ necesito ese carrito, alcánzamelo por favor y
retírate─ le pidió a la enfermera.
Ella empujó la mesita rodante dejándola pegado
a la camilla, lo miró con terror y se apartó.
La rapidez con que trabajaba era asombrosa.
Tanto que ni siquiera vi en que momento limpió su otra mano. Mientras me curaba
alcé la vista para verle y me avergonzó descubrir la punta de su nariz manchada
con sangre. Terminó de limpiar todo con unas gasas y pasando el envés de la
mano por su boca y nariz descubrió la gotita roja.
Tenía
los ojos tan cansados y rojos que me sentí culpable.
─ perdón─ me disculpé, sintiendo un hondo pesar
por el desorden causado.
─ Ya está mira no hay mas nada─ respondió el─
La sangre es algo natural en mi vida…en la vida de cualquier medico quiero
decir, no es cierto? No hay por que asustarse.
─ Si, es cierto─ admití.
Me sonrió y se fue hacia la puerta donde esperaba
la tercera enfermera.
─ limpia eso y no quiero más incidentes, ¡se
entendió!─ ordenó el con mirada severa.
La tarde se hizo larga pero al llegar la noche
dormí con la tranquilidad de haber visto aunque más no fuera una cara conocida.
Sintiéndome cuidada y segura.
Por la mañana llegó el doctor sin que pasara
nadie a traerme el desayuno.
─ buenos días─ saludó─ que te parece si hacemos
por fin esos estudios que vengo postergando. ¿Empezamos por este frasquito?─ me
tiende un recipiente estéril─ primer chorrito afuera y el resto me lo guardas
aquí, si?
Membretó el frasco y salió. Regresando al
minuto con una silla de ruedas.
Desde el primer empuje que le diera a la silla
las ruedas giraron a una velocidad tal que me fue necesario sujetarme de los
apoya brazos por temor a caerme.
Como en los hospitales, las puertas de las
habitaciones estaban abiertas dejándome ver al pasar quienes las ocupaban. De
las pacientes que vi la mitad de ellas estaba embarazada y con excepción de muy
pocas de ellas todas eran nenas. No creo que tuvieran mucho más de 17 o 19
años. Y casi todas parecían estar en la misma condición que mi compañera de
cuarto, sumidas en un sueño profundo como se mantiene a los pacientes en
terapia intensiva.
Llegamos al final del pasillo y entramos en un
consultorio muy angosto donde apenas cabía la camilla, una silla y los equipos
para ecografía y electro.
─ Mercedes te presento a Celeste García, ella
es mi mano derecha, técnica en hemoterapia, electro, ecografía y hasta está a
punto de recibir su titulo en ingeniería de los medicamentos.─ me presenta el a
la técnica─ Una alumna aplicada como tu…Mecha estudia medicina, cuarto año
según creo─ me señala.
─Te felicito eso si es una carrera─ me dijo─ los
míos no son mas que cursos cortos, titulitos que voy acumulando ─ minimizaba
ella sus múltiples estudios.
─ Oh! Esas son pavadas, solo falsa modestia, no
le creas─ decía el posando sus manos sobre mis hombros─ mi querida, te dejo en
las mejores manos, ahora yo tengo otros asuntos que atender pero mas luego
vengo y leo tu electrocardiograma, si?
─ Gracias doctor
El se retira.
─ y decime… ¿qué parentesco te une al doctor?─
pregunta ella
─ bueno, supongo que soy algo así como su
nuera, soy la novia de su hijo Nahuel.
Se quedó ella asimilando mi respuesta como si
fuera una información vital para ella.
─ Ah! Si el hijo prodigo del que siempre habla─
respondió ella comenzando a colocarme los electrodos─ creí que eras una futura
quinta esposa o algo así…bueno, a lo nuestro entonces.
Termina
el electro y antes que terminara de quitarme los electrodos, el doctor ya
estaba devuelta. El se sienta a tomar nota sobre la lectura de mi ECG y ella me
lleva de regreso a la habitación donde mi compañera dormía intranquila con inhalaciones
entrecortadas y sibilantes, seguidas de lentas exhalaciones como si cada
respiración le causara dolor.
La técnica
la miró con desprecio y se fue sin darle importancia.
Al día siguiente desperté con los gritos de mi
compañera que había roto bolsa o algo así y se retorcía de dolor. Con los
gritos y el sonido de las alarmas de los equipos llegaron las tres enfermeras y
la rodearon al instante sujetándola de pies y manos con vendajes atados a la
camilla que goteaba profusamente un líquido sanguinolento que fue dejando un
rastro tras su partida.
─ ¡a quirófano! Pronto, pronto─ las apuraba el
doctor desde la puerta.
Pasaron por delante de el y las siguió.
El silencio se agravó al marcharse ella,
sonando todo en una lejana y amenazante distancia que dejó a mi corazón solo y
agitado. Esperando.
Ya nadie regreso esa noche, me puse de pie,
camine hacia la ventana y me paré de puntillas para alcanzarla. Bajé la vieja
palanca y se levantaron los cristales empujando en su ascenso el mosquitero
roto y doblado hacia fuera. Estaba húmedo afuera, con ese aroma que me indicaba
que había agua muy cerca. A lo lejos se distingue el brillo del agua. Esta
calmo, no hay mucha marejada solo una leve ondulación que se acerca y se aleja.
¿será un río?
Oigo un motor fuera de borda y aparece entre
los sauces una pequeña lanchita con dos pasajeros que encendían y apagaban
continuamente sus linternas.
Alguien sale a recibirlos. Se encienden unos
faroles junto a un camino o no. Es un muelle. Los maderos separados entre si y
los postes a media asta. Si, eso es lo que es, un muelle.
Le cubre los hombros a uno de los pasajeros y
le ayuda a descender. La lanchita queda bollando con solo un tripulante mientras
los otros dos se acercan hacia aquí,
luego enciende el motor y se va.
Alguien entra en el UTI de al lado. Vuelvo
rápido a la cama y me tapo. Se oyen unas rueditas que se alejan y luego
silencio. Se fue.
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