Al otro día Nahuel paso a buscarme a las tres,
yo estaba armando mi valija con ayuda de Isa. Marcos había llegado a la hora
del almuerzo con un bolsito para quedarse con ella. Era un alivio para mí que
no se quedara sola.
Le pedí a Marquitos que la cuidara, la abrasé
muy fuerte, cargamos las valijas en el auto y volvimos a San Telmo a buscar a
Marianela.
Tocamos bocina varias veces y salió. Estaba
toda abrigada hasta las orejas, polerón morado de cuello tortuga alto y grueso
que le cubría hasta la nariz, campera con piel en la capucha, chupines y un par
de botas caño largo con unos tacos temerariamente altos y negros al igual que
el resto de su atuendo.
A las cinco de la tarde con el solcito, dentro
del auto estábamos bien, pero si asomabas la nariz afuera la ventolera entre
los edificios te arrugaba el espíritu en un minuto. Chau, chau otoño, el
invierno había llegado para instalarse, bastaba ver las narices rojas y frías
por la calle para convencerse.
Arrastrando las rueditas de su valija caminó
cubriéndose del viento hacia la parte trasera del auto donde Nahuel la recibió reordenando y empujando un poco
las cosas hasta que todo quedó trabado con todo, sin estorbar la visual del
espejo.
Liberada de su equipaje se zambulló dentro del
auto sin perdida de tiempo.
─ ayyyy, que frió acá si que se esta bien─ dijo
ella acartonada y temblando.
El simple roce de su mejilla al besarla me hizo
tiritar, estaba realmente helada.
Con extrema elegancia, se quitó del hombro una
bandolera con flecos de cuero negro y se cruzó de piernas bajando lentamente la
cremallera de su campera.
Cayendo así la capucha, se buscó en el espejo
acomodando su cabello con una coquetería sin igual.
─ el
solcito se siente lindo acá, en un ratito entras en calor─ aseguré yo que en el
trayecto desde casa a defensa me fui quitando el abrigo hasta quedarme con la polera finita de modal y mi chalequito de
bremer abotonado hasta la mitad que apenas toleraba con el saco de lana
arrugado en el respaldo de mi asiento, calentándome la espalda.
Se puso
en marcha el auto abandonando la larga sombra de las casonas viejas vecinas tan
eternas como los añosos colosos verdes que dejando libres pequeños parches de
cielo nos hacían cruzar calles y calles bajo sus sombras y luces difusas hasta
llegar finalmente en un lento rodeo a la Colon donde se abre la amplia avenida
en una encrucijada donde nos alcanzaron los últimos rayos de sol entrando por
el vidrio trasero en un abanico de destellos largos.
Me senté de costado procurando iniciar una
conversación con ella, incluirla, verla en el asiento trasero me incomodaba un
poco, después de todo ella era la propietaria del auto y mi cuñada, mayor razón
aun para tratar de hacer buenas migas con ella.
Ella parecía redescubrir una Buenos Aires
diurna, bulliciosa e inquieta, asomándose tímidamente a las ventanas, siguiendo
con la mirada las multitudes de peatones que por esas horas cruzaban en gruesos
cardúmenes dejando atrás las primeras calles de Corrientes para llegar al
correo central invadido de combis blancas e interminables filas de oficinistas,
secretarias y demás trabajadores de mirada perdida en una ensoñación quizás de
creerse lejos ya del centro, soñando con la casa tibia, el aire puro del sur
entrando por las ventanas y una olla humeante con el guiso que una madre o esposa
atenta prepararon para recibirles.
Una bailarina de tango como ella era un
ingrediente más de la noche porteña, su ámbito natural debía de ser Casa de
Tango, El Taso, Sr Tango y tiempo atrás La Botica del Angel y quien sabe
cuantos lugares más.
Formaba en mi imaginación la imagen de la
Buenos Aires nocturna que ella debía frecuentar llena del glamour y el brillo
de los salones de baile. Salones de suelos lustrosos como tableros de ajedrez
con luces tenues y mesitas de cafetín con pequeñas botellitas panzonas
chorreadas de vela y en una esquina la orquesta.
El piano de cola en el medio de la escena con
un orgulloso músico de sobrio traje gris celeste y corbata punzó acompañando el
marcado tiempo de un tango que el fuelle del bandoneón exhalaba acompasado con
la grave cuerda del contrabajo y delante de los caballeros de gris, imaginaba
que alguna noche micrófono en mano, en un pulcro y estilizado traje negro
cantaría Darthes, sonriendo a las bailarinas que giran y giran frente a el. En
una rueda de piernas engalanadas con medias de red o delineadas por detrás con
perfectas líneas rectas que se pierden bajo las faldas. Y apretadas blusas
marcando un escote lleno de purpurina como el que brillaba en esos momentos en
su rostro con cada reflejo de sol. Realzando los pómulos y los parpados como
los de una vedette de revista iluminada con las luces del teatro.
Nahuel la mira por el espejo retrovisor un par
de veces y la llama, sacándome del ensueño de su noche previa.
─ Marianela olvidaste quitarte le gibre─ ella
lo miró por el espejito sin entender lo que decía su hermano─ la purpurina, el
brillo del maquillaje, nena…
─Ah! Cierto, el brillo─ exclamó ella alejándose
de las ventanas─ estaba tan cansada anoche que me acosté como estaba, mejor me
acuesto un ratito mas así recupero el sueño.
En dos rápidos movimientos se quito la campera,
se la echo encima y se recostó a lo largo encogiendo las piernas para caber en
ambos asientos.
Tendré que dejar la charla para después pensé
frustrada, realmente tenía curiosidad por conocer su trabajo, preguntarle a
quienes conocía. A Lavié seguramente lo habrá visto mas de una vez y hasta quizás
escucho una balada para un loco cantada en vivo por Amelita Baltar o la negra
Varela…¿cual le habrá gustado mas? A mi la primera.
Suerte que yo no tengo hermano. Retarla así por
un poco de purpurina, si que la hizo buena, iba a ser largo y aburrido el
primer tramo del viaje, Marianela dormida, el auto estéreo apagado y nosotros a
paso de hombre sin siquiera llegar a la autopista.
Buenos Aires se ve bellísima al atardecer con
todas esas tonalidades de naranjas y rosas arrullando lentamente a un sol rojo
que se va durmiendo por detrás de un centenar de torres grises, que una a una
van encendiendo sus luces como luciérnagas
multicolores cada vez mas lejanas, en un
interminable crecimiento de una ciudad cada vez mas monstruosa, hipnótica e
interminable. Que se enrosca y te aprieta como un ofidio gigante que se niega a
soltarte empeñada en su egoísmo de gran ciudad agotando tus fuerzas en cada
intento por librarte como aquellos que escapan por la banquina audaces y
ansiosos levantando polvareda creyendo engañarla para volver en poco menos de
un km al mismo lento peregrinar, comprendiendo que al igual que un pantano
cenagoso la lucha te hunde un poco mas en la desesperación.
En un
lento goteo los minutos de la primera media hora la pasé en un silencio
asfixiante, el tironeaba de las cuerditas de su pulsera haciendo girar las
maderitas y semillas sumido en sus pensamientos. Que no daría por saber que
pensaba en esos momentos..a penny for your thoughts..decía Cary Grant en esa
vieja película. Si por cada monedita obtuviera un pensamiento: ¿que le
preocupaba?, ¿cuales eran sus miedos?, que realmente eran muchos y hoy lo
entiendo, si se arrepentía de algo..y si así fuera no lo culpo, yo habría
dudado igual que el.
Frenando y arrancando, manteniendo la distancia
reglamentaria en la larga y lenta procesión de luces en fuga, donde apenas cruzábamos
palabras al llegar a los peajes que para peor nos cobraban más caro por viajar
en horario pico.
Preguntándome ¿que razón había para viajar en
ese horario?, ¿por qué no salir de mañana y viajar cómodamente durante el día?,
no entendía sus razones. Pasados ya los primeros peajes, cuando el transito
fluía mas liviano y el sol se ocultó definitivamente en su lecho, el fue
relajando su postura desapareciendo toda la sensación de ahogo, volvía la
sonrisa a su rostro devolviéndome el aire con ella.
Poco
después Marianela se incorpora desperezándose con sobreactuados bostezos,
alcanzando los límites del minúsculo espacio interior en cada extensión de sus
brazos, para quedar asomada con codos y todo sobre el respaldo de los asientos
delanteros testeándonos con su censor ocular.
─ ¿y que pasa?─ pregunto ella rompiendo el
silencio─ ¿Nadie va a cebar mate ni nada?...cuanto silencio. ¿Por donde
estamos?
─ Lujan─ respondió el.
─ Nahuelito…monstruito de mi vida...la estas
asustando a la chica con tanta elocuencia, si seguís así se va a quedar
dormida─ protestó Marianela dándole un tingaso en la oreja a su hermano.
─ Auch!─ se quejó el cubriéndose la oreja─ así
que aburrido, no?...bueno cuéntenos”señorita noche porteña”...como le fue ayer?
se divirtió con los chinitos o les hicieron pasar vergüenza por que bailaban
mejor que ustedes?
─ Ya estas tan maliciosa como Tony─ le espetó
su hermana achicando los ojos con fiereza─ para tu información nos fue fantástico,
se fueron encantadísimos con nosotras…
─ No querían dejar de bailar─ dijo ella pavoneándose
un poco al dirigirse a mi─ no te imaginas como les gusta el tango…y como
bailan!…mejor que cualquiera de acá─ terminó ella con un cabeceo disimulado
hacia su hermano.
─ Hjjj!─ exclamó el dándose por aludido sin
quitar la vista del camino.
─ Bueno como este muchachito sigue tan
elocuente, te voy a contar ¡la noche de anoche!─ remarcó ella con entusiasmo al
finalizar su frase.
Me acomode en el asiento girando hacia ella,
esto se iba a poner bueno.
─ resulta que ayer era el aniversario de una parejita
de modistos amigos de Tony─ comenzó ella─ y les tenía una sorpresa preparada
que se hizo rogar un poco pero con la última campanada de las doce llegó…
Un silencio inmediato y las tres miradas
cruzándose en el medio del auto prolongaron el suspenso.
─ ¿quien?─ pregunté yo sin soportar un minuto
mas de suspenso
─ Dar-thes─ deletreo ella con los ojitos chispeantes
anticipando la reacción
─ Nooo!─ dije yo sin poder creer la increíble coincidencia─
no te imaginas como me hubiese gustado estar ahí…
─ Ay, a mi también!─ exclamó el con una voz
afeminada y burlona─ a quien no le puede gustar un brazuca haciéndose el que
canta tangos…y esas baladas añejas escucharlas arruinadas por el….Mmmm que
placer!
─ ¡Que malo que sos!…una cosa es el lugar de
nacimiento y otra el lugar de crianza…yo crecí en Quilmes y me siento tan
quilmeña como los demás, ¡que digo como los demás! ¡Más quilmeña que la
cerveza!
─ ¿Que decías Nahuel?─ preguntó Marianela
pestañeando con carita de inocente
─ No nada, nada ─ respondió el soltando las
manos del volante
─ Eso me pareció. Bueno, y como venía diciendo─
continuó ella ─ a las doce mientras sonaba un tanguito romanticón que venía
diciendo así:
Y todo a media
luz,
crepúsculo
interior,
que suave
terciopelo
la media luz
de amor.
Me
sonreí encantada con su voz, melosa y ruda a la vez con un toque mágico de un
eco vibrante al final de cada estrofa que parecía prolongar su voz en ondas
de terciopelo.
─ Marianela
no cantes esos tangos…tengo que manejar despierto, si?
─
Shhh!─ le cayó ella para continuar con su relato─ las luces se fueron tornando
mas y mas tenues indicándonos que debíamos acompañar a los invitados a sus
mesas, les saludamos con una leve inclinación oriental y nos fuimos rápidamente
a ocupar nuestros puestos a cada lado de los cortinados del escenario central.
Una luz circular caminaba lentamente recorriendo la pista, trepando uno a uno
los escalones hasta dar con un lustroso zapato negro y luego otro que bajaban
por la escalera del escenario. El cono de luz lo fue iluminando, revelando la
figura de un caballero esbelto, traje gris topo casi negro, corbata roja y ahí
se oyó su voz…que empezaba cantando así:
He
llegado hasta tu casa...
¡Yo no sé cómo he podido!
¡Yo no sé cómo he podido!
─ ay
no!, me muero...Nada... ¿no es cierto?─ la interrumpí yo continuando con la
siguiente estrofa de la canción:
Si
me han dicho que no estás,
que ya nunca volverás...─ ella se sonrió y continuó conmigo la letra ignorando los resoplidos y bufidos de su hermano:
que ya nunca volverás...─ ella se sonrió y continuó conmigo la letra ignorando los resoplidos y bufidos de su hermano:
¡Si me han dicho que te has ido!
¡Cuánta nieve hay en mi alma!
¡Qué silencio hay en tu puerta!
Al llegar hasta el umbral,
un candado de dolor
me detuvo el corazón.
─ si siguen cantando paro el auto, me oyen─ amenazó el. No dimos señas de oírle.
Nada, nada queda en tu casa natal...
Sólo telarañas que teje el yuyal.
El rosal tampoco existe
y es seguro que se ha muerto al irte tú...
¡Todo es una cruz!
Nada, nada más que tristeza y quietud.
Nadie que me diga si vives aún...
¿Dónde estás, para decirte
que hoy he vuelto arrepentido a buscar tu amor?
─ y ahí se escuchó la vocecita de uno de sus recios admiradores que le gritaba…¡acá estoy!...─ volvió a interferir Nahuel mofándose de la inclinación de los textiles.
¡Cuánta nieve hay en mi alma!
¡Qué silencio hay en tu puerta!
Al llegar hasta el umbral,
un candado de dolor
me detuvo el corazón.
─ si siguen cantando paro el auto, me oyen─ amenazó el. No dimos señas de oírle.
Nada, nada queda en tu casa natal...
Sólo telarañas que teje el yuyal.
El rosal tampoco existe
y es seguro que se ha muerto al irte tú...
¡Todo es una cruz!
Nada, nada más que tristeza y quietud.
Nadie que me diga si vives aún...
¿Dónde estás, para decirte
que hoy he vuelto arrepentido a buscar tu amor?
─ y ahí se escuchó la vocecita de uno de sus recios admiradores que le gritaba…¡acá estoy!...─ volvió a interferir Nahuel mofándose de la inclinación de los textiles.
─ ¡mentira!, ellos no son esa clase de loca─ los
defendió ella─ los dos estaban muy sobrios y elegantes con mínimos detalles de
rosa en la corbata talvez, pero fuera de eso eran dos caballeros cualquiera,
mas sensibles que el resto claro, pero normal. Se deschavetaron un poquito
cuando se acerco a la mesa, lo piropearon, le hacían guiños y hasta le pidieron
una canción pero siempre con recato y ubicación, nada de andar gritando.
─
¿y cuál era la canción que le pidieron?─ pregunté curiosa
─ ay..
los amigos de Tony son unos románticos, le pidieron un bolero.. Arráncame la
vida, ¿te suena?─preguntó medio cantando una estrofa al seguir─…oblígame a
vivir para tu amor pero no me obligues a decir adiós…
─ no
se si la escribió o la cantaba Chico Novarro, ¿puede ser? ─ dije yo un poco
confusa aunque quizás a quien escuche yo fuera al negro Lavie con la tana esa
que nunca recuerdo el nombre…Silvana di Lorenzo?, no se.
─ Justamente─
confirmó ella─ y se dice por ahí que le ofrecieron hacer el musical, pero que
todavía no eligieron a la interprete femenina...y bueno con semejante rumor
dando vueltas por los pasillos imaginate como estaban las chicas, todas
trataban de lucirse mas que la otra, expectantes al momento en que el llamase a
una para hacer un dúo de algún bolero o aunque sea un estribillo con el y poder
lucir sus voces, pero la noche fue corriendo y el solo cantaba con las
invitadas y a nosotras nada. Yo me di cuenta que todavía no había cumplido el
pedido de la mesa cuatro, entonces me fui a saludar a los chicos, que me
recibieron de mil amores, me invitaron una copita y brindamos por nuestro buen
amigo y jefe que nos trajo semejante bombón .Tony tomó una copa de la bandeja
de Charly ( el mozo) y se sumó al festejo, brindamos por la felicidad de los
chicos y risa que va risa que viene se acerca el galán de la noche a nuestra
mesa y me pide que lo acompañe en una canción, chan!, me dije…te juro que me
quedé sin aliento…
Apoyé
una mano sobre la mesa e iba a impulsarme hacia arriba en un lento espiral
rodeando la silla con elegancia y seguirlo al escenario. Pero los pies no me respondían,
resbalando una y otra vez bajo la mesa, chuequeando el taco a lo Mama Cora, las
plantas de los pies me hormigueaban como dormidos y si las rodillas estaban en su sitio yo no las
sentía.
─
¿miedo escénico vos?...no! eso si que no te creo─ decía su hermano mirándola
por el espejito retrovisor.
─ Te
juro que es cierto, esos segundos fueron interminablemente frustrantes, todo lo
que había planeado durante la noche se estaba viniendo abajo. ¡Esos malditos
nervios que siempre lo arruinan todo!
─ Entonces
no cantaste─ aventuró el casi en un bostezo
─ Claro
que si!, me planté bien con los dos brazos sobre la mesa y me incorporé de la
silla alisándome la falda para recuperar un poquito el equilibrio y arranqué
medio al trotecito detrás del 42 que iba llegando a grandes pasos hasta el
piano.
La
música empieza y se suponía que la que arrancaba era yo. Me acerco al micrófono
y…nada!,Otra vez! Se me hizo una laguna, la mente en blanco totalmente, se me
fue la letra, no podía empezar…
─
qué momento─ suspire yo
─ imaginate
la cara de desconcertado que me puso, yo era la pestaña en su ojo, el sudor frió
en la frente, la pesadilla viviente que le estaba arruinando el show. Estaba
serio como un tronco arrugando un poquito el labio a un costado en una sonrisa
medio nerviosa y la ceja derecha que subía y bajaba no me ayudaban en nada,
peor. Suerte que los músicos que están en todas volvieron a tocar la entrada y
ahí recién arranque…
─
y arranque nada!─ la detuvo el nuevamente─ no cantes mas nena! Si seguimos así
en un rato ya me veo cantando resistiré como Antonio Banderas, ya me tenes las….
─ eh!
Cuidadito con la boca… ¿que modales son esos?, mirá que te doy un cepillazo por
la cabezota de cavernícola que tenés─ le advirtió ella alzando un enorme cepillo
de pelo de su bolso de mano
─ …por
el piso!─ terminó el desafiante.
Cuando algo impactó contra el cristal
delantero marcando una estrella, cayó sobre el capot unos segundos y luego
resbaló por un costado.
─
¿De donde salió eso?─ grité yo alarmada
─ Aquel
loco del cuadrifolio lo tiró por la ventana, ¿que era?─ preguntó el
─ Creo
que era un celular─ al menos eso me había parecido.
─
¿A quién se le ocurre tirar un celular? Qué raro─ se preguntaba Marianela en
voz alta
─ Y
a la velocidad que va para pasarnos así tiene que ir a mas de 140 km/h
Nos
quedamos viendo la silueta del alfa rojo achicándose rápidamente hasta que la luz
de sus faros se perdió en la distancia.
Volví
la vista hacia la rajadura del cristal por un momento pero pronto creí ver que
una de sus patas corría rajándose pulgada tras pulgada hasta que imaginé que
pronto rompería el cristal. Quité la vista del vidrio empañado y decidí buscar
algo para entretenerme sin pensar en el frío que pasaríamos si realmente se
rompiera. En la canasta junto a mi pierna derecha encontré lo que buscaba. El
mate es el mejor compañero de viaje y no se por que magia esos mates siempre
tienen ese gustito del camino, conservando su dulce sabor por vueltas
interminables, con la misma yerba que usamos en casa pero que aquí parece nunca
lavarse, hasta que sacudimos el termo y este tintineando el cristalino sonido
nos avisa que llegó el último mate.
Entre
Bragado y Pehuajo conseguimos mas agua y continuamos los mates acompañados con
unos ricos bizcochitos apanaditos que compramos en un viejo almacén donde
tuvieron la amabilidad de cargarnos el termo. Gente muy amable aunque un poco
temerosa. Un manso viejo pastor que se levantó a saludarme amistosamente,
cambió rotundamente su humor al entrar Nahuel, gruñendo y erizando los pelos de
la cruz alarmando a los ahora temerosos dueños que rápidamente miraron con
desconfianza al recién llegado. Nahuel se llevó el termo con agua y al salir el
espontáneamente el can meneando la cola arrimó su hocico a mi mano ansioso de recibir
una caricia como siempre pasaba con cuanto animal se me acercaba.
Unos
kilómetros después por ahí por Catriló o un poco más volvimos a cruzarnos con
el cuadrifolio rojo. Estaba parado a un costado de la ruta con todos los
cristales empañados. Con la única luz de nuestros faros vimos salir del oscuro
verdor que se achaparraba y retorcía, a pocos metros de la banquina pedregosa y
polvorienta, la figura encorvada de un hombre que corría hacia el auto.
Entonces fue que Nahuel la vio.
─
¿vieron eso?...creó que alguien estaba golpeando la ventana trasera, con la
mano bien abierta y hasta parecía estar gritando algo hacia nosotros, ¿no la
vieron?
─ quizás
era una criatura jugando, no le hagas caso─ no podía mencionar la otra opción
mas privada que propicie la oscuridad de la ruta, ni pensarlo.
─ no doy más!─ dijo el sacudiéndose el sueño que
se reflejaba en sus ojos─ manejo hasta Santa Rosa y cambiamos, si?...tengo la
vista cansada y ya estoy imaginando cosas raras.
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♫♪ nada, nada queda en tu casa natal...uy! me copé con el Tango :)
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