Santa
Rosa fue asomándose en el camino con su multitud de luces de ciudad desplazando
el sembradío de estrellas que nos fuera acompañando junto a la luna risueña que
parpadeaba jugando a las escondidas entre las sombras.
A
poco de entrar en la RN35 paramos a cenar en el primer parador que encontramos.
En
el momento en que nos disponíamos a cargar el termo y partir, llegó el alfa a
la estación cruzando frente a nosotros hacia los sanitarios.
El
tipo bajo del auto, abrió la puerta trasera a toda prisa y levantó a una chica
que parecía echada sobre el asiento. Sosteniéndola pegado junto a el hasta
llegar a la puerta del baño de damas, donde la dejó ingresar esperando junto a
la puerta.
─
voy a hablar con el─ anunció decidida Marianela
─
¿que vas a decirle?, Marianela no te metas en líos─ la retuvo Nahuel por unos
minutos.
Marianela
lo escuchó un momento y luego emprendió su ya decidida marcha hacia los
sanitarios. Nahuel y yo fuimos a buscar el agua hasta el termo gigante frente a
los surtidores de combustible.
Al
volver, Marianela ya estaba sentada en el puesto del conductor con unas
pequeñas lentes de cristales azulados iguales a las que utilizara Gary Oldman
en....aouh! que dolor…
─ ¿estás bien?─ Preguntó ella con preocupación
viéndome doblarme en dos con un intenso calambre por encima del estomago.
─ no me siento bien─
respondí descompuesta con la cara hacia el suelo buscando una ráfaga de aire
libre de ese aroma tan persistente que se impregnaba en mi nariz ─necesito ir
al sanitario.
Me volví hacia atrás apurando
mis pies con la vista fija en la silueta de metal a unos veinte pasos del auto.
Con andar incierto me fui acercando, sintiendo que mi estomago se retorcía un
poco mas a cada paso. La puertezuela de la heladera que un hombre mantenía
abierta buscando su bolsa de hielo me obligo a desviarme unos pasos y correr
los últimos hasta la puerta del sanitario con la ascendente sensación de nausea
que me a bordo de pronto. Empuje la chapa oscura y entré bajo la luz parpadeante
de un tubo dañado, sobresaltando a una jovencita muy menuda que cargaba agua a
manos llenas enjuagándose la cara con toda la apariencia de estar tan
descompuesta como yo. Levantó la vista hacia mi reflejo en el espejo, siguiéndome
hasta el siguiente pasillo donde me perdí por unos segundos dentro de un cubículo
devolviendo, como no lo hacia desde mi niñez. A mi regreso un sin numero de esquirlas
liquidas y una demacrada versión de mi se reflejaban en el cristal opacado con
el sarro de antiguas salpicaduras. Repitiéndose en la soledad de esas paredes
solo el eco del agua que puse a correr para cepillar mis dientes hasta que
desapareciera ese sabor herrumbroso y salado que me secaba la boca.
Al salir yo de allí con la cara lavada,
guardando en el bolso el cepillo de dientes, me encontré con una multitud
rodeando la heladera y la chica que antes vi en el baño sentada en el suelo
hamacándose nerviosa mientras hablaba con unos oficiales.
Me
paré junto a una moza de la estación de servicio que miraba absorta la escena y
le pregunté que ocurrió.
─ el
tipo ese se abrió el cuello ahí en la heladera─ me dijo con la vista fija en
las letras gigantes que recién en esos momentos vi manchadas de sangre.
Retrocedí
rápidamente y volví al auto.
─
¿Ya te sentís mejor?─ preguntó Marianela.
─ Si,
creo que si…pero, ¿no es ese el tipo del alfa rojo?─ pregunté yo atando cabos
─
Era─ corrigió Nahuel visiblemente molesto.
─ Cobarde!
ir por ahí robando nenitas….bien merecido tiene su final!.. Canallas, malandras,
cuchilleros, todos terminan tajeados con la hoja de su propio acero...─ ella
soltaba su catarata de improperios castigando a la pobre caja de cambios que se
negaba a dar marcha atrás crujiendo y rechinando el acero de sus dientes.
─ Marianela
deja esa caja en paz…empujo un poco mas hacia abajo, hacia vos y atrás─
repasaba el empujando la mano temblorosa de su hermana─ vez que entra mas fácil
así…
─ Ya
lo sé! Estaba trabada nada mas…¿no ibas a dormirte vos?─ lo echó ella
─ Ya
estaría en el quinto sueño si el auto se estuviera moviendo..podemos irnos ya!
Nahuel hizo un bollo con unas camperas y se tiró
sobre ellas con los pies levantados sobre el asiento.
─ ¡bajá los pies de ahí!─ gritó ella mirando por
el espejito.
Mas
nadie más que yo miró hacia atrás encontrándome con ese par de ojos temerosos
de una nena que de esa noche supo mucho más que yo.
Entre
cruce y cruce todavía encontraba una que otra estación de radio perdida entre
el ruido blanco. Murmullos que invadían el dial con su música de otros tiempos desvaneciéndose
entre zumbidos por las rectas del camino sin luces ni faros lejanos.
Sin mas sonidos que el viento fui perdiendo terreno
en la monótona ruta del sueño. Donde las arenas del tiempo forjan monedas de
oro que se posan sobre los parpados vencidos en la contemplación sin fin de un
horizonte que se aleja.
No
voy a dormirme juré una y mil veces, así tenga que comerme todos los caramelos
de la bolsa le decía a Marianela que reía al verme cabecear.
Contame algo, hablame de la botica así no me
duermo dije al fin estrujando el polietileno lleno de papelitos vacíos.
─
La Botica del Angel─ comenzó ella sonriendo con añoranza─ cuantos recuerdos. No
te imaginas lo lindo que era andar por esos pasillos. Yo jugaba a que era Doña
Petrona en su cocina, me disfrazaba con los vestidos de la Zully Moreno, de
Tania y de Tita, me peinaba y me pintaba hasta los cachetes para parecerme a
ellas. Después corría a esconderme detrás
de los cortinados desde donde podía verlos bailar y bailar. Ya desde chiquita
me gustaba el tango. Manché muchos vestidos, pero como mi madrina me consentía
en todo, me dejaba jugar hasta cansarme, total ella siempre se las arreglaba
para dejarlos como nuevos antes que los viera el gordo. Ella era la encargada
de mantenimiento y limpieza del lugar. Cuando todos se iban y quedaba solo el
eco del último tango resonando en el silencio. Ella pasaba su varita mágica,
dejando todo reluciente, tarareando y cantando con su voz de calandria.
No
se si fue ahí o en que momento me quedé dormida, imaginando que seguía a esa
nena que jugaba por los pasillos del palacete lleno de ángeles que me miraban
extrañados con mi presencia, subía la escalera corriendo tras ella hasta llegar
a una terraza donde cientos de palomas levantaban vuelo a la vez crepitando en
el aire su sonora polvareda de plaza. Ella atrapa una en sus manos y la muerde
derramando hilos de sangre sobre las blancas plumas. Me eché hacia atrás retrocediendo
en un torbellino, escaleras, ángeles, rosas, cortinados, todo deformándose como
en una curva del tiempo que me expulsaba de mi propio sueño, escapando, cubriéndome
con brazos y manos para no verla.
Y
fue entonces cuando desperté con la espalda pegada al asiento dando manotazos
al vacío.
─ ¿estabas soñando?─ preguntó ella
descendiendo un poco sus lentes para verme por encima
de ellos.
─ mas que un sueño era una pesadilla y se veía
bastante real─ verdaderamente lo sentí así
─ esas
son las mas feas. Me acuerdo que cuando era una nena tenía una muy recurrente.
Imaginaba a mamá extendiendo su mano ensangrentada hacia mí y despertaba
gritando…pobre madrina. Cuantas noches habrá corrido de madrugada a mi cuarto a
consolarme, acariciándome el cabello hasta que me quedaba dormida.
─ mi
viejo falleció cuando yo tenía unos 6 o 7 años no me acuerdo bien, antes
recordaba cada uno de sus rasgos, su risa, hasta el sonido de su voz pero
pasados los años todo fue quedando muy borroso─ mis recuerdos también se iban
diluyendo.
─ Yo
creo que nunca la vi, ella falleció cuando yo nací. Era una época difícil. En
esa época la gente desaparecía por que si nomás…
─
¿Los militares?─ adivine
─ Parece
que sí. Sabiendo que vendrían por ella, planeó con su amiga y compañera desde
la vieja botica, apurar el momento del parto y así poder salvarme de ellos. Mi madrina era enfermera y curandera no solo de
esas que curan de palabra sino de las que hacían preparados, ¡pero ojo!, nunca
para hacer daño, por muy amargos que olieran, todas las hierbas, flores y
semillas que se molían en su mortero eran para hacer el bien. El embarazo venía
difícil y ella sospechaba que yo nacería mucho antes de lo esperado. Consultó
runas y buzios varias veces pero no podían decidir cuando inducir el parto sin
ponerme en riesgo, hasta la noche en que llamó Dorita, otra de las bailarinas. Ella
noviaba con un sindicalista que esa misma noche al oír el golpe en la puerta la
obligó a esconderse en el doble fondo de un ropero, desde donde escuchó
mientras se lo llevaban que una de las próximas casas era la de mi vieja.
Esperó que se marcharan y corrió al teléfono a darles aviso. Cuando mi madrina
colgó el teléfono las dos supieron que sería esa noche o no sería ninguna. Once
y Cuarenta al llegar la patrulla solo una de ellas escapaba por un pasillo
trasero conmigo envuelta en unas mantas. Nunca supe que fue de ella- terminó
diciendo con un temblor en los labios, volando veloz su mano atrapando una
lagrima peregrina que descendía a la sombra de las gafas.
─ Lo
siento─ murmuré arrepentida de refrescar semejante recuerdo.
─ No
te preocupes por eso fue hace mucho. Es este rimel molesto que me está matando─
disimulaba ella corrigiendo una pequeña mancha negra que se escurría por debajo
del lagrimal.
Por
el rabillo del ojo creí distinguir la blancura de un cartel en la desnudez del
paisaje, creciendo en una progresión más rápida de lo que la vista puede
enfocarse. Logrando yo apenas un borrón largo de letras apiñadas con un rojo
amenazante al final que pronto me dieron la espalda. Para quedar contemplando
nuevamente la blancura del cartel que se alejaba.
─ Acaso
ese cartel decía se durmió y volcó─ pregunté
incrédula.
─
Si, creo que ese era─ dijo ella no muy convencida─ es que ya pasé tantas veces
por este camino que ni los leo.
Un
cartel como ese solo puede estar en la 20, no es posible me dije buscando el velocímetro
en el tablero. En el momento que di con el la agujeta indicaba 140 km/h y al
segundo siguiente caía abruptamente a 50 y 60 km, temblaba un poco y volvía a saltar.
─
no funciona─ dijo ella golpeando el cristal opaco del reloj─ igual quedate tranquila
estoy acostumbrada a manejar con el pedal bien a fondo, siempre que este
pequeño leoncito me lo permite… Obviamente no es un porche pero se la banca.
─ ya
lo creo─ admití sorprendida.
En
la madrugada el tiempo pareció detenerse nuevamente, escuchando y desoyendo,
respondiendo y balbuceando palabras y no tanto. En el interminable y llano
sendero del viento sibilante que se filtraba lentamente por quien sabe que
resquicio del auto helando mi nariz y mejillas hasta hacer visible la
respiración en volátil nube de ensueño. Mientras el cuerpo curvado y
empequeñecido ocultaba los puños tirantes y blancos en un nudo de brazos
entumecidos contra el pecho. Otra pausa ausente, otro parpadeo, otra breve
vista del cuadro inmóvil y cayó el telón con sus cortinados de seda pesada.
Bajo
los chorreantes gotones de una lluvia matinal llegamos a Piedra del Águila.
Marianela
fresca como una lechuga y yo bostezando sueños fríos que mas tarde me sacudiría
desayunando un rico café con abundante leche y medialunas calentitas.
Nahuel
como siempre cuanto más negro el café mejor, acompañado en esta ocasión con una
media docena de suculentas medialunas con jalea y manteca. Ella parecía un poco
inapetente por la mañana conformándose apenas con un pequeño café cortado que
se acabo en dos sorbos.
De
vuelta a la ruta con el parabrisas barriendo una fina garúa intermitente fuimos
dejando atrás las mil caras basálticas cruzando arcos de colores que el tímido
sol dibujaba asomándose por entre laberintos de grises, celestes y blancos algodones.
La
represa de Piedra del Águila era en realidad la segunda en mi colección de
espejitos. Quedando atrás el embalse y el lago Ramos Mejía que cruzamos cuando
yo dormía. Cada vez que viajaba al Osorno buscaba conseguir los asientos del
frente solo para poder ver este último tramo del viaje sobre suelo Argentino.
Sin perderme uno solo de los hermosos espejos de agua. Claro que mi colección
continuaba al otro lado de la frontera, no por nada le dicen región de los
lagos, no?
Continuando
con mi colección pasamos junto al río Limay recorriendo las increíbles formas
del valle Encantado hasta el embalse Alicurá. Donde cruzando un tramo de la 40 los
ojos viajan por la 65 hasta llegar imaginariamente a la bellísima villa Traful con
sus caminos de tierra, de vereditas con cerquitos de tronco y ver esas casitas
insertadas entre arbustos amarillentos y pinares. Prometiéndome como cada vez,
pasar por allí algún verano.
El
siguiente en la lista es el esbelto granadero de azul, nuestro escolta por la
231, el Nahuel Huapi dándonos su saludo inicial con su brazo Huemul. En
silencio claro para no despertar al amigo que duerme. Faltando medio camino
para llegar a villa la Angostura preparamos el dinero para el cambio a moneda
chilena, apartando lo necesario para combustible. Con la firme convicción de
saltearnos los restoranes de Puerto Manzano, planeamos buscar esas pequeñas
viandas triangulares de avión en algún kiosco y seguir. Pero como dice el dicho
lo que no se va en lágrimas se va en suspiros. Gastando nuestros buenos pesos
en unas tapas nada livianas para lo que nos faltaba del camino.
Nos
despedimos del Nahuel Huapi guardando en la retina la magnifica vista de su unión
con el Correntoso, para encaminarnos hacia la parada de postas que era el paso
Cardenal Samoré.
A
un costado de la bellísima laguna Piré se curvaba la serpenteante fila de automóviles a la
espera de su turno junto a la caseta de control de gendarmería. Dejando hora y
media de nuestra paciente argentinidad en tramites aduaneros, cruzamos el
portezuelo boscoso donde la virgen de la paz extiende sus brazos hermanando
bosques de lengas barbadas de líquenes que crecen a cada lado del camino.
Camino
que descendimos hasta Pajaritos haciendo oficial nuestro paso a tierras
chilenas sin que el ojo entrenado de ningún gendarme o carabinero diera con el frasquito
de sardinas marplatenses, pasta de aceitunas y riquísimos caramelos Lidors de
praline.
Por
caminos de selva virgen fuimos subiendo y bajando los cuarenta y tantos km que
nos llevarían a la pintoresca villa entre lagos. Parada obligada para los
amantes de los deliciosos kutchen, en especial el de frambuesa.
Dejamos
la 215 por un rato y nos internamos en sus callecitas buscando la calle O´higgins donde Marianela paraba siempre a degustar las
riquísimas tartas.
Atendidos
por la propia dueña, una chef porteña que eligió llevar sus aromas de masas
quebradas con ricota y dulce de leche al otro lado de la cordillera,
encontrando su pasión en las cremosas tartas choreadas de fresas y stroicel.
Después
del té de jazmín azucarado con recuerdos de paseos por café Los Angelitos y
otros templos porteños nos despedimos de nuestra amiga. Guardando en la mochila
de recuerdos las inolvidables postales de la bahía futacullin con el volcán
Puyehue todavía dormido bajo las nubes de colores que iban tiñendo la tarde.
Y
como evitar la parada del tuerquero con un muchacho como el viajando con
nosotras ¿Cómo? Imposible.
Parando
sin más remedio en el auto museo Moncopulli por mucho más tiempo del que hubiéramos
deseado. Atornilladas de frío en el enorme angar mientras el inspeccionaba
hasta los mas mínimos detalles de un montón de autos viejos, joyas para el. Espiando
los motores, levantando sus curiosas tapas, abriendo puertas y sentándose de
contrabando sobre sus viejos tapizados, maravillado como si hubieran formado
parte de su pasado.
Por delante nos esperaba el Osorno entrando
por la av. Fuschlocker para luego tomar la pasarela hacia el sur y otro trébol más
al sur siguiendo la salida a Puerto Octay.
Abandonando
la panamericana que recorrí tantas veces en el que ahora sé era el viejo
studebaker de mi abuelo, herrumbroso y con chapas sueltas que la tía
pacientemente manejaba a no más de 60 km/h para que el quejoso motor no nos dejara
en el camino.
Cosa
que a pesar de los muchos rechinidos jamás sucedió, llegando a casa de la lela
con toda la familia esperándonos en la puerta, alertados varias cuadras antes
de nuestra llegada.
Por la u55-v el andar del 205 era mucho más
silencioso. Cambiando también el paisaje, mucho mas campestre y bonito que por
panamericana.
La cercanía del volcán era diferente,
inquietante. Acercándonos a él bajo la hipnosis brumosa de sus nieves eternas,
tuve una sensación de lo más extraña. Como un eco de tiempo atrás, le oí
llamarme. Con la sonoridad de las voces familiares. Llegando a mis células
nerviosas en una emisión de electrones vibrantes que se expandían en ondas concéntricas
reverberando su cacofonía lejana dentro del cuerpo. Sintiendo que algo en el volcán
era diferente. Ya no era mas ese patriarca nevado saludando a sus hijos pródigos
a su regreso, no. Era algo que yo había olvidado, el demonio de las nieves…
pire pillán repetía la voz, hueñauca, hueñauca, cuidado.
Pero
ya era tarde para volver atrás. Los caminos del horizonte estaban cerca del
ocaso bañando de rojo la última hora del sol. Bordando afiligranadas veredas de
oro bajo la capa de lana oscura del cielo, que abriga el lago adormilado de
olas en su sueño de sombras de plata. El Llanquihue descansa.
Cruzamos
la senda a Puerto Fonck en una carrera desbocada por alcanzar a ver en Klocker el
áureo filo del sol antes de esconderse. Llegando a Las Cascadas con las últimas
luces del día. Siguiendo el encendido de sus luces de calle, hasta la
crepuscular última playa. Donde sin dudas el viejo studebaker se las habría
arreglado mejor que el 205 por el ripio. Siguiendo las sinuosidades de un
camino compartido en los primeros kilómetros con esporádicas chacras y las
instalaciones de la fábrica. Para después toparnos en un claro no muy lejano con
la estancia de los Drajvalts. Aparecida en un codo del camino como un oasis en
medio de la selva virgen.
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Ahora que llegamos a Chile...dime, ¿que te pareció el viaje?
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