jueves, 14 de marzo de 2013

Tercer Capitulo : Mecha 2- 6


Recuperada ya la sensación de los pies, perfumada y renovada bajé la escalera justo en el momento que Olga pasaba hacia el comedor. Donde las dos hermanas mayores tomaban su te con tostaditas como el once de mis tías de santiago, solo que ellas con sus cuarenta y tantos años cada una se veían mucho mas viejitas y gorditas que sus hermanas.
Sentado junto a Teresa un muchachito delgado con barba rala tirando a rojiza fue el primero en vernos entrar.
─ tía sea buenita, sírvame un caldillo de mariscos y una empanadita por favor
─ Ignacio, eres un desvergonzado, tu deberías estar comiendo conmigo allá en la cocina como cuando esta el patrón.
─ Déjelo Olga, venga y coma con nosotros también─ la voz de Ana siempre infundía respeto pero cuando quería era mas dulce que sus mermeladas.
Al terminar la comida pasamos a la sala prolongando la charla con unas copitas de riquísimo licorcito enmurtillado. Pasando pagina de todo cuanto vivimos desde que nos conocimos, el dispensario, mi ayudantia, nuestros paseos favoritos y mi barrio. Que ellas conocían de visitas evidentemente no muy recientes. Por una costanera de Quilmes que hace tiempo no se ve como la describieron. Al igual que el teatro Colon y las calles empedradas que quedan tan pocas hoy en día. Pero mi atención no estaba enfocada a detectar ese desfasaje temporal de sus visitas. Era su aspecto físico lo que me tenía impresionada, su destacada belleza, la casi imperceptible existencia de líneas de expresión marcadas por la edad, sus manos de uñas tan largas y refulgentes como el marfil. Sin que nada levantara sospecha alguna en mí, muy por el contrario las consideraba más divas o modelos como Tete Custarot o la Lopez Foreci siempre tan hermosas y perfectas. Ni siquiera el pico de presión que fogueaba esa noche los ojos de Teresa logró despertar mi atención. Estaba ciega o no quise ver.
En lo que restaba de la noche no estaba dispuesta a ceder tan fácilmente. Algún truco Sabinesco descendiendo lentamente por entre sus omoplatos tal vez encendiera alguna chispa, pero tan solo unos besos y un hasta mañana le bastaron para escabullirse entre mis manos. Y pasaron las 12 y la una, las dos y las tres sin que encontrara el suficiente valor para cruzar aquella puerta interna. Tratando de oír en el silencio, un simple indicio de vida, algún ronquido, algo que me indicara que el estaba ahí. ¿O no estaba ahí?
Como a las cuatro y media algo se sacudió fuera de la ventana, me había quedado dormida. No había pasos, caminé despacio sin hacer ruido hacia la ventana y corrí las cortinas. Nada. En el otro cuarto un repentino viento silbó al entrar. Tomé la perilla con decisión y la giré. El terminaba de cerrar el pestillo de su ventana.
─ ¿Que estabas haciendo allá afuera con este frió?─ me salió queriendo preguntar tantas cosas: ¿a donde? Si era noche cerrada todavía, ¿cuando? si jamás le oí salir, ¿porqué a hurtadillas…porqué? Si yo...
─ no preguntes lo que no vas a entender─  respondió el atrapándome en el poder liquido de sus ojos de miel.
─ Necesitaba salir─ continuó.
Dio un paso hacia mi y luego otro, brillando su pelo cubierto de escarcha a la luz tenue de las lámparas. Trayendo con el ese aroma a hierba fresca y a madera, esencia misma del bosque que hechiza y atrapa. Enredándose entre los mechones de mí pelo hasta rodearme con sus manos la totalidad del cuello. Desencadenando en el derrotero de su gélido tacto la polarización bioeléctrica de mi piel que se estremece y se enciende. Me besa y me pierdo. Fundida en el abrazo de sus llamas con el caudal de nuestras venas fluyendo a raudales como lava que aumenta grado a grado con cada latido del corazón. Aplacando las ansias que agitaban hasta el alma que ya descansa con la claridad del alba entrando por la ventana.
Me niego a levantarme temprano. Acurrucada en sus brazos. Remoloneando.
Oyendo la ligera fluidez de las teclas del piano, con la vibrante energía de las rosas del sur, iniciando luego una aceleración de Strauss que pronto queda en un corto ensayo interrumpida por alguien que silba y silba con insistencia.
Teresa deja de tocar.
─ ese debió ser Ignacio─ dijo el atendiendo lo que ocurría en el piso de abajo.
─ él y Teresa..?.─ retuve la pregunta en el aire y volví a comenzar─ yo no los conozco, pero ayer me pareció que había algo entre ellos, se nota. Ahí hay algo más que admiración o amistad ¿no es cierto?
─ algo entre un quizás y un talvez que lleva largo, largo tiempo; son un caso aparte esos dos ─ respondió el dejando escapar una risita burlona.
─ Tengo una idea! vayamos a molestar a Ana así nos presta el jeep.
 Pobre Ana se terminó su paz, pensé.
El sonrió con malicia y salió corriendo hacia la ducha arrastrando la ropa de cama con el. No había manera posible en la tierra de detenerlo.
En un corto trotecito bajó hasta el primer descanso de la escalera donde esperó por mí con una sonrisita traviesa danzando en la comisura de sus labios. Lo miré con desconfianza y bajé con el los últimos escalones.
Desde la cocina llegaba el eco distorsionado del agua. En la pileta Olga se aplicaba con jabón y esponja al odioso fregar de una docena de tazas, platos y cucharas que se estrujaban entre sus enormes manos con el sonido de muchas piedritas.
─  buen día Olga─ se asomó Nahuel a la puerta
─ buen día mi niño, en un ratito les llevo el desayuno─ apenas giró la cabeza y continuó con el trajín de los platos.
─  ¿y todas esas tazas?─ preguntó el
─  si quieres que te eche a perder el día te respondo, pero yo prefiero que te enteres más tarde─  ella tampoco! ¿Es que acaso nadie podía responder una pregunta directa en esa casa?
Su humor se ensombreció por un momento quedando pensativo. Arrugó el labio superior restándole importancia al asunto y se sacudió como un cachorro salpicando todo a su paso. Me quejé y se puso más cargoso todavía.
─ ¿tenes cosquillas?─ susurró
Pregunta capciosa que negué inútilmente sin poder despejar de mi mente la explosión de risa que me atenazaba con ese pequeño hormigueo del pulpejo de los dedos en las orillas de mi espalda.
Ana levantó la vista del diario al oír nuestras risas entrando al comedor.
─ buen día─ saludó ella volviendo con mas fuerza que la necesaria la hoja del diario.
─ Buenas, buenas Anita─ se sentó el a la mesa y yo junto a el.
Olga trajo un par de jarras humeantes, unas tazas y un plato con tostadas que puso delante de nosotros. Ubicó una taza frente a mi y sirvió mas leche que café completamente a la inversa de lo que segundos después sirviera sin pregunta para el.
─ Anita, ¿no tendrías un secador de pelo para prestarle? esta señorita olvido el suyo en Buenos Aires─ dijo el sacudiéndome el pelo húmedo.
─ Olguita, podrías alcanzarle el secador de mi pieza a estos tortolitos, por favor─ ordenó Ana sin volver a levantar la vista del diario.
Olga asintió y siguió agregando a nuestro desayuno unos rulos de manteca y mermeladas de varios colores.
─  ay, no Olga! deja ya eso...si sigo viéndolos aquí tan acarameladitos me va a subir la glucemia, pues─ se impacientaba Ana
─ vayan a turistear un poco a los saltos de Petrohue o acá nomás a las cascadas no se…─ nos echaba ella haciendo gestos con sus manos.     
─ Mmmm, esa es una idea estupenda...a que nunca fuiste a ver el castillo─ murmuraba  el  mirándome por un costado de su taza.
─ ¡por favor eso es un mito!─ saltó ella golpeando el diario
─ bueno, entonces no vamos a necesitar el jeep─ respondió casi en un susurro meneando la cabeza.
─ es todo tuyo, llévatelo si quieres─ ofreció ella. Dándole a el las palabras justas que quería oír.
 En un tiempo extremadamente corto dejamos solo migas y un rulo de manteca derretida que se volcó en el mantel ante la mirada furiosa de Ana. Hasta sorbió el café el muy guarango. Cuando al fin nos pusimos de pie ella bajo el diario nuevamente sobre la mesa.
─ chau Anita, nos vemos al mediodía─ le saludó el interrumpiendo su lectura otra vez.
─ Chaito, nos vemos, pero si quieren quedarse a comer una parrillada o una pichanga caliente por Ensenada yo no me ofendo, ah.
─ no te olvides de leer el horóscopo, algo me dice que puede llegar a traer la data precisa donde encontrar pololos esta semana.─ señaló el conteniendo la risa.
Ella frunció el entrecejo, sacudió el diario y volvió a golpear sus hojas peleando por enderezar un caprichoso y molesto doblez mientras profería incomprensibles murmuraciones sibilantes que continuaron hasta que salimos por la puerta.

Olga nos cargó agua en el termo y allá nos fuimos rumbo al Pérez Rosales.
Arrancando de pasada una ramita de cedrón del Perú que Teresa cultivaba entre sus aromáticas, seguramente por el delicioso aroma alimonado de sus hojitas lanceoladas.

Que maravillosa mañana para regresar al corazón de todas las cosas, andando con el jeep junto a los faldeos del Osorno, atravesando túneles naturales de todos los verdes.
Siguiendo las líneas de fuerza del enorme electroimán que siempre fueron para mí los volcanes. Volver atrás las páginas a esa tarde cuando nos conocimos, que confusos recuerdos me abordaban; el sol llameando sobre mi con el mismo ardor que torturaba mi pie, su piel brillando como el bronce pulido, sentirme tan liviana entre sus brazos arrullada con el trote alocado de su extraño corazón, el veloz parpadeo de los largos rayos penetrando entre el inalcanzable follaje de coihues y ñires como si toda la tarde hubiese trascurrido en ello. Y sus ojos, rojo rubí de grietas negras convergiendo en un iris de fuego igual al del Diucón que detiene su abrupta caída sobre el cartel de ingreso al parque, abre un ala y se acicala espiándonos por debajo del oscuro gris de sus plumas.
Un pequeño zorro quilla hurgueteaba en una fofa bolsa de papel lamiendo el dulce y unas pocas migajas cuando sus orejas grises detectaron el paso del jeep. Levantó la cabeza y corrió hacia nosotros alertando con sus ladridos a sus compañeros de manada que también se sumaron a nuestra jubilosa escolta que aullaba entre el follaje.
─ parece que nos confundieron con Ignacio─ dijo el señalando el grupito de zorritos juguetones que se desbandaron rápidamente al vernos bajar del jeep.
─ ¿El viene seguido por acá?─ pregunté
─ Principalmente en luna llena, le gustan mucho los paseos nocturnos─ respondió
─ Ah, vaya amistades que se hizo, no cualquiera─ observé
─ Quien no tuvo en la vida un amigo grandote y bonachón, ¿no lo tuvimos todos acaso?
─ muy cierto─ admití y hasta creo que ambos pensábamos en la misma persona.

Tomamos la valijita de cuero con el equipo de mate y emprendimos nuestro paseo bajo la sombra difusa de los senderos poblados de coihues, ulmos y arrayanes con su corteza canela descascarándose en manchones blancos. Siguiendo un caminito de piedrita bordeado de musgo y finas ramitas arborescentes, retoños jóvenes de mirtos y olivillos que crecen entre guirnaldas de líquenes.
Como acostumbraba de chiquita la primera parada siempre debía ser la de los saltos, recorriendo las pasarelas con el sonido atronador del agua rompiendo contra las rocas negras de lava y elevarse en sus violentos choques en humeantes vapores fatuos.
Cumpliendo después un sueño romántico de mi adolescencia con un pololo que me amara mucho, mucho; seguir el sendero de los enamorados hasta donde truena la cascada y beber tres sorbos en su laguna azul turquesa.   
 Y allá nos sentamos en su playita de arenas negras para armar nuestro mate de media mañana. Con la única compañía de un pequeño diucón que saltaba de rama en rama con sus diminutas patitas negras. Acercándose valientemente, suponiendo algún festín de miguitas desperdiciadas despreocupadamente por los torpes humanos.
Sacudí el mate de caña para eliminar el polvo de la yerba y saltó junto a mí limpiando su pico en la misma piedra que yo estaba. Quedando solo a un brazo de distancia.
Me estudió con uno y otro ojo dando ínfimos saltitos impaciente con su cola mientras yo cebaba el primer mate. Nahuel sacudió su mano y lo espantó. Revoloteó un  poco y volvió a insistir sobre la misma roca dando golpecitos con su pico. Nahuel se enfureció con el al punto de ponerse de pie para azuzarlo con su campera. Y no entiendo porque. Algo decían mis tías de el, pero yo no lo recordaba. Me fascinaban sus ojitos siempre colorados como llamas encendidas.
El agua no tardó mucho en enfriarse puede que haya sido la humedad del suelo o la falta de costumbre de Olga para encontrar el punto justo para el mate o las horas de trekking que se pasaron sin darnos cuenta. Después del intento fallido de darle una vueltita al río en jet boat saltando en sus rápidas aguas. Suerte que no teníamos reservas hechas, por muy hermoso que fuera el pozón de las cascadas, eso de mojarse no me hacia ninguna gracia.
─ ahora me toca a mi─ dijo el─ vení que quiero mostrarte un lugar.
Yo simplemente lo seguí.
Bajando por senderos en desuso de largos pastizales con penachos, colas de zorro de un blanco antiguo casi ceniciento y ramajes tortuosos que cerraban el paso, llegamos a un fino sendero apenas visible entre crecientes helechos que llegaban a su apogeo en el fondo de aquella quebrada. Cruzando arcadas de líquenes y enredaderas floridas ahí estaba con su exuberante belleza el más hermoso castillo de flores. Que invitaban a sentarse sobre su colchón de tréboles a escuchar la vibrante orquesta de colibríes zumbando en el aire con sus ingrávidos cuerpecitos de hada verde oliva.

─ que estabais haciendo en ese sendero ruinoso lleno de pastizales─ preguntó el que creí era un guarda fauna, apareciendo de la nada para pillarnos justo usando un sendero que no estaba permitido.
─ ¡Papá!?─ exclamó Nahuel─ ¿que hace usted por acá?
─ Pasaba por aquí y te encuentro en muy grata compañía… ¿no estas feliz de verme?
Me quedé perpleja. ¿Donde estaban las cámaras, el jeep y los caballos galopando con sus crines al viento? Porque de seguro el que estaba en frente nuestro era un modelo de esos comerciales de cigarrillos con su barba rala mechada de sensuales canas como el claro alazán de su cabello cortado al rape. Faltaba que sacara su marquilla roja y sacudiera contra el extremo proximal de la primer falange su cigarrillo rubio bajando el tabaco que inteligentemente jamás fumaría una vez terminado el comercial.
─ bueno, ya que estamos acá le presento a Mercedes, mi novia─ dijo el un poco fastidiado de verle al parecer.
─ Ahora entiendo porque no te encontraba por ninguna parte esta mañana cuando pase por la estancia…al parecer estabas muy ocupado como para escucharme.
─ ¡Papá!─ lo frenó  furioso y rojo de vergüenza.
Yo me fui escondiendo lentamente detrás de el sujetándome de su brazo rígido y tenso como a punto de volar en un puñetazo.
─ el gusto es todo mío, señorita. Espero que tengamos tiempo de conocernos mejor, superados claro los viejos roces de un padre y un hijo que hace tiempo que no se ven.
Asentí tímidamente sin saber que decir, ni hacer en un encuentro tan frío como ese.
─ muy bien, nos vemos entonces─ dijo el haciendo un medio giro─ ah! No quisiera aguarles el paseo pero mucho me temo que aquellas nubes tengan ni la mas mínima intención de pasar inadvertidas por aquí…bueno, los dejo…hasta pronto─ se despidió el con un elegante saludo real y se marchó con su cazadora y sus borceguíes de rezagos militares.
Nahuel no se movió un ápice hasta verlo perderse entre los matojos tan súbitamente como apareció, seguido por una brisa repentina que barrió el suelo pedregoso levantando una densa polvareda junto a la hojarasca obligándome a cerrar los ojos.
 El pico nevado del volcán había desaparecido cubierto rápidamente por ascendentes nimbos negros acumulándose junto a el. Una nueva ráfaga de viento y un trueno anunciaron la pronta tormenta que se acercaba desde el mar.
─  vamos─ dijo el recuperándose de su pétrea postura.
Volvimos hacia la entrada del parque donde dejamos el jeep y sin perdida de tiempo tomamos la u99-v que nos llevaría de regreso a la estancia.
─ no me parece correcto que sigamos posponiendo la visita a tu abuela, va a ser mejor que llames a tus tías y les avises que estas acá así vas a verla─ el tono de su voz era apremiante y algo distante también ¿acaso me estaba echando de su casa?
─ Yo quería que vinieras conmigo─ pronuncie casi con temor de oír su respuesta.
─ Esta bien, llamalas y vamos juntos─ respondió tomando fuertemente ni mano como si no quisiera soltarla jamás. En sus ojos había una gran tristeza que me impidió cuestionarle nada.
Por detrás nuestro en la intersección con la ruta 225 un relámpago bifurcaba sus ramas iluminando el cielo que avanzaba con su frente de batalla.
Llegamos a la puerta de la cochera y se desató la tormenta disparando toda su furia en un plano inclinado que hasta podría apedrearnos con un granizo en cualquier momento. Saltó del jeep sin abrir la portezuela, ni resbalar en el fango y continuó en una corta carrera hasta el portón. Quitó el seguro y empujó ambos lados a la vez marcando un hondo surco en el barro, quedando ahí encajados y zarandeando los tornillos en los viejos maderos.
En el interior había varias camionetas 4x4 de último modelo y un falcón verde muy bien cuidado que llamó inmediatamente su atención.
Como estábamos todos mojados entramos por la puerta de servició.
─ justo a tiempo, apresúrense que ya estoy sirviendo el almuerzo─ decía Olga sacudiendo su mano para que nos diéramos prisa.
Un rápido cambio de calzado y liberarme de mi campera fue suficiente. Nahuel ya estaba listo con mi remera favorita y sus tenis gastados esperándome junto a la puerta con las manos en los bolsillos.
.......................................................................
Para los bloggers y g+ (Todos los viernes un nuevo capitulo) Suscribanse!!!!
Si estas de paso x aquí y lees mas cómoda en Wattpad....buscame como Volcanes y Rosas ;)
En Facebook : Nahuel el Amanecer de una Leyenda :) Dale like!!!



No hay comentarios:

Publicar un comentario