A la mañana siguiente el llegó con
la bandeja como todas las mañanas pero se quedó
Trajo una silla y se sentó junto a mí
mirando a la nada, como si en el suelo se abriera entre las motitas grises y
negras de las baldosas algún pasaje secreto hacia el pasado.
Entonces comenzó a relatarme su
historia como cualquier vampiro comenzaría:
─Yo nací en 1769… sí, el mismo año
que naciera Napoleón. Primero de los tres hijos de la familia Drajvalts. Vivíamos
muy cerca de la casa natal de Buonaparte y mi padre tenía una vieja amistad con
el suyo. Con el correr de los años nuestros gustos fueron cambiando, el jugaba
con soldaditos de plomo y en mi comenzó a surgir ese deseo irrefrenable por
saber, por descubrir esa magia que era para mi la medicina. Todo comenzó como
un juego claro, vendando mis juguetes, entablillando a mi perro y pavadas como
esa. Cuando fui mayor tomé el suficiente dinero y me fui a Edimburgo su universidad
de medicina era la mejor, todo estaba allí, era el centro cultural de la era de
la Ilustración. Todo aquello era cuanto había soñado y más, me apasionaba, pero
no duró mucho. Mi padre se endeudó al extremo y estuvo a punto de perder nuestra
casa en Ajaccio y hasta las propiedades de sus ancestros en Austria. Por
desgracia su amistad con los Buonaparte lo rescató de caer en la miseria pero
como agradecimiento el le prometió a Nabulione que todos y cada uno de sus
hijos quedaban eternamente a su servicio. Y así fue que tuve que abandonar mis
estudios y sumarme a las filas de Napoleón. Procurando en todo momento
apartarme de las batallas, ayudaba en la enfermería curando a los heridos, pero
llegó el momento álgido del poderío de Napoleón y habría tenido que ir a la
guerra de no ser por una oportuna expedición a Egipto que cambió mi vida─ se
sonrió─ las expediciones…¡si que hicieron un gran papel en mi vida!
─ A veces pienso que hubiera pasado
si yo no iba a esa expedición, mi vida seguramente habría sido de lo mas común…habría
muerto en batalla o de peste bubónica como morían muchos o regresado a mi hogar
sin una pierna, lleno de cicatrices, quizás hasta alguna Parisina me diera hijos
Franceses. Pero lo que es seguro es que jamás habría cumplido mi sueño de ser
medico, jamás. Mi vida hubiera sido de lo más mediocre. ¡Eso tenlo por seguro!─
remarcó furioso.
─
su campaña en Egipto no fueron todas victorias. La Batalla de las
Pirámides dejó reducida su flota a solo dos naves y en una de ellas yo viajaba
junto a los científicos que descubrieron la piedra Rosetta, cuando creímos que
habíamos eludido a los ingleses estos nos atacaron en medio del desierto, nos
robaron la piedra, ejecutaron a la mayoría y otros escapamos para morir en las
arenas. Porque eso fue lo que ocurrió vagué por días sin encontrar ni una roca
donde ocultarme del sol y cuando ya deliraba de hambre y sed veo unos camellos
asomarse en el horizonte, creyendo que eran soldados Ingleses cargué mi
bayoneta y disparé, derribando al primero de ellos de su camello. Lo que
parecía una figura lejana en pocos instantes se levantó y llegó hasta mí. Era
una dama adulta pero muy hermosa.
─ I beg your pardon Madame, I
thought you were…─ traté de disculparme
─ ¿soldados ingleses?─ terminó Ella─ no soldado, ya no luches mas, tu querido Petit Caporal
los abandonó monsier…ese corso siempre odió a los Franceses.
─ cuidado con
lo que dice Madame, yo también nací en Ajaccio─ le respondí ofendido
─ te equivocas
nuevamente soldado, volverás a nacer en muy pocos días…
Antes que
pudiera entender lo que acababa de decirme su mano veloz sujetó mi cabello y
tirando de el se aferró a mi cuello con sus diminutos colmillos dejándome
paralizado en una llamarada de dolor. Ellos acampaban en un oasis cercano que yo
no encontré, ni encontraría en días de travesía. Me arrojaron en una tienda
sufriendo los mil dolores. Ella esperó que yo mismo le rogara un remedió para
el martirio que estaba sufriendo y solo entonces me entregó su sangre inmortal.
Levantaron el campamento y ya no esperaron más.
─ Si Alexandru
no vuelve en un par de horas nos vamos sin él─ ordenó ella─ ¡no podemos
esperarle eternamente!
Él no regresó.
Yo desperté en Francia rodeado de lujo y así viví con ella como su único
consorte durante casi 32 años concurriendo a las mejores fiestas, codeándonos con
lo más alto de la burguesía que nos conocían como la condesa Constanza y el
barón Drajvalts de Rumania. Yo cumplía con todos sus caprichos incluido el último,
perseguir a Strauss por donde quiera que fuera. Ella estaba encandilada con él,
amaba su música. Hasta que una noche nos encontramos con Alexandru instalado en
casa como si fuera dueño y señor. Ella corrió a sus brazos y me reemplazó sin
miramientos, como a una ropa deslucida.
En silencio
juré vengarme de él y no descansé hasta hacerlo. Al alba lo cité en una antigua
iglesia Florentina diciéndole que me marcharía para siempre y que necesitaba
entregarle una carta donde le explicaba todo lo que no podía decirle a mi
creadora, mas el anillo que ella me obsequió que perteneciera primeramente a su
creador, aquel milenario Rumano que supo servir en los ejércitos del mítico
Blad. Con el afán de apoderarse del anillo, acudió a la cita, mas no fue solo
él. Otros invitados ya exsangües lo esperaban esparcidos por el suelo y las
butacas de la iglesia. Pero no eran los únicos. Cuando él descubrió entre las
penumbras los cuerpos se horrorizo por
mi voracidad e inconciencia. En menos de una hora comenzaba la misa del gallo y
no había forma de lograr ocultar tantos cuerpos. Me mofé de él demostrándole
que mi intención no era ocultarlos sino todo lo contrario. Se abrieron las
puertas e ingresaron un grupo de ancianas con ramos de flores y velas
encendiendo a su paso los candelabros de los pasillos. Al llegar a la mitad del
pasillo central descubrieron con horror los cadáveres diseminados cerca del
altar mientras que yo forcejeaba con él para meterlo dentro de la tumba de un
mártir cuyos restos descansaban a unas pocas naves de distancia del altar
principal. A través de los vitrales vi pasar las sombras de los guardias con
sus capas oscuras, solté la tapa y corrí hacia el campanario. Llegué hasta la
torre con él dos curvas de escalera mas abajo y empujé el cuerpo del monaguillo
que debía de haber tocado ya las campanas para llamar a la misa. Encaramado en
la ventana lo vi detenerse por una fuerza invisible que lo paralizaba y un
momento después tres guardias cayeron sobre él para desmembrar su cuerpo
marmóreo. Dentro de la iglesia oigo su grito desgarrado. ¿Qué hacia ella ahí?
Salto fuera e intento ver por los ventanales, pero solo distinguía imágenes
difusas deformadas por un arco iris de cristales emplomados. Por delante de la
iglesia aguardaba un carruaje negro. Ellos salen arrastrando a su prisionera,
suben los peldaños forcejeando con ella, uno de ellos trepa al puesto del
conductor e imprimiéndole un fuerte latigazo a las pobres bestias estas inician
un galope desbocando soltando espumarajos por la boca. Corrí detrás del
carruaje unos metros pero al ver que el cochero volteaba a verme me escapé perdiéndome
entre los olivares. Desde allí todavía podía ver la negra columna de humo
alzándose sobre las cúpulas de la iglesia en llamas. Lamiendo con sus lenguas
de fuego los maravillosos vitrales que ellos y yo habíamos profanado. Me
maldije a mi mismo…la había perdido, lo había perdido todo- se detuvo un
instante controlando el crujir de dientes que cedieron canalizando toda esa ira
en un puño apretado que golpeó su pierna.
─ yo sabía que
tarde o temprano vendrían por mí. Tenía que alejarme, salir de Europa. Cuando
estaba llegando al puerto distinguí entre la multitud las lúgubres capas negras.
Me mezclé entre un grupo de marinos y entré en una taberna. Allí dentro atrapé
a un jovencito y cambie mis ropas por las de él, pero al tratar de salir de la
taberna un hombre obeso de buen vestir me llama a voces…” eh! Muchacho por
aquí”… yo me vuelvo a verle y me hace señas que vaya con ellos. Y así fue como
Mr. Bynoe el cirujano del Beagle me confundió con su ayudante enfermero.
Gracias al whisky y al ayudante colector de Darwin que lo llevó a no querer ser
menos que el Naturalista.
─ ¡Uau!─ dije
yo maravillada con su relato.
El soltó una bocanada de aire como si al fin
pudiera soltar ese secreto que le pesaba en las espaldas. Entra la 1er
enfermera con la bandeja del almuerzo. El se pone de pie y yo le retengo. El
mira sorprendido su muñeca derecha atrapada entre mis manos.
─ no me siento
bien como para comer, por favor, quiero oír el resto de la historia─ le dije.
Hizo una seña y
la enfermera se llevó devuelta el horrendo churrasco medio crudo con un huevo a
caballo. Monstruoso, vomitivo. Y era justo lo que quería evitar, tener que
levantarme y ser descubierta. Y otro poco una pizca de curiosidad.
─ el bergantín
zarpó del puerto de Devon el 27 de diciembre de 1831
─ ¿Devon,
Inglaterra?─ pregunté
─ Si, el miedo
te lleva a lugares muy distantes mi querida─ respondió risueño.
¿Estaba
admitiendo delante mío haber tenido miedo?…eso ya era mucho cambió.
─ al llegar a
Tenerife ya me había cobrado dos victimas en la tripulación razón por la cual nos
prohíben desembarcar por temor a que tuviéramos cólera. En Cabo Verde hallé
unas preciosísimas negras vestidas como bahianas que aplacaron deliciosamente
mi sed. Preparándome para lo que seguía, cruzar el atlántico. Donde forcé mi
auto control hasta el máximo de su resistencia, tanto que por momentos creí que
enloquecería dejando el barco a la deriva en medio del océano, pero el 16 de
febrero llegamos a San Pablo, me hice con algunas gaviotas y luego llegó el festín,
Ithacaia, Mandetiba, Campos Novos y que viva Socêgo! Con sus cabañas repletas de esclavos- entonces
se dio cuenta de mi disgusto y cambió de tema- arranquemos mejor desde las
postas de los soldados rosistas donde me había quedado la última vez. Hasta
aquí yo llevaba un atuendo recargado con ropas encimadas y hasta sombrero de
ala ancha al estilo de los piratas despertando las sospechas del buen reverendo
Mathews a bordo. Esa noche que te conté cuando los soldados del comandante Miranda
se emborracharon, yo había bebido tanta sangre que estaba acalorado. Me quité
las botas y me despatarré junto al fuego, unas chinas muy bonitas todas ellas
de sangre indígena se acercaron atraídas por la extrema blancura de mis pies,
reían y me acariciaban cariñosas aprovechando la embriaguez de sus coterráneos
que estaban ocupados vomitando por los rincones. Al clarear la mañana una de
ellas se quitó del tobillo su brazalete con cuentas azules y lo ató al mío,
montaron varias de ellas en un mismo caballo, en pelo así, sin montura siquiera
y se fueron bordeando el río Colorado. Movía mi pie y las piedrecillas sonaban
como un instrumento musical. Por eso reían, se burlaron de mi, me dije.
Entonces aflojé las cuerditas e iba a quitarme ese adorno tan femenino cuando
noté que el sol no se reflejaba en mi piel, no había brillo sobrenatural. Me quité
la casaca, arremangue la camisa, me deshice del sombrero y comencé a disfrutar
las pequeñas maravillas de ese viaje. Como una lluvia de arañas de finas telas
que viajaban con el viento desde la orilla lejana, esos pequeñísimos crustáceos
coronando el oleaje nocturno con su fosforescencia verdosa, la estrepitosa
fractura de los glaciares y mi favorita la Tierra del Fuego, entrando por el
canal de Beagle o un poco mas allá, por un mágico fondeadero donde las noticias
se propagaban en danzantes hogueras iluminando la orilla. Algo inolvidable.
─ Doctor, no quisiéramos
molestarle pero ya es hora de higienizar a la paciente y aplicarle la
medicación del día─ lo interrumpía Celeste, señalando a la enfermera cargada
con ropa de cama limpia, toallas, rollos de apósitos y demás excusas para
sacarlo de ahí inmediatamente.
─ Claro por
supuesto─ contestó él, parpadeando para apagar esa miríada de luces pasadas.
─ Hasta mañana
Mercedes─ se despidió él dejándome con mi estilista y mi envenenadora personal.
Otra mañana más,
otra bandeja con frutas y delicias que ya no sabían a nada, otro océano
diferente con historias de búsqueda de piedras preciosas y oro.
─ llegamos a
Valparaíso, el puerto principal de Chile por aquella época y de ahí partimos en
nuevas expediciones. El tiempo era malo y hasta hubo una nevada en las alturas,
sumado a mi amuleto yo estaba muy confiado. El 7 de septiembre torcemos nuestro
camino y nos dirigimos al valle del río Cachapual donde los baños termales de
Cauquenes, un verdadero placer. Allí pensábamos quedamos unos tres días pero
una lluvia torrencial nos obligó a quedarnos dos días mas. Cuando abandonamos
las termas noto que ya no tenía el brazalete y tomo mis precauciones
disfrazándome nuevamente. Me disgustó mucho de veras! Pero luego llegó algo que
me fue de mucho interés, Yaquil la mina de oro de Mr. Nixon. Darwin resultó ser
muy codicioso también y allí nos quedamos otros cuatro días. Después nos fuimos
acercando al mar y el flojo de Darwin volvió a descomponerse. Ya estaba cansado
de sus insolaciones y mañas de niño Ingles. Lo dejo un par de días en una
casita del litoral y yo le hago una segunda visita a Mr Nixon, me cargo una
buena fortuna en oro y regreso por Darwin para volver a Valparaíso. Él
continuaba enfermo pero otros se ocupaban ya de él, así libre de mis
obligaciones me puse a recorrer el puerto para dar con alguien que supiera
decirme donde encontrar lapislázuli. Unos marinos con los que hablé me contaron
de unos hermanos Italianos que habían llegado a Chile en busca de pedrería para
sus joyas. Me indicaron donde encontrarlos y fui hasta la taberna donde
estaban. Uno de ellos había tomado el gusto por el buen pisco. Compartí unas
copas con ellos y me contaron su travesía por La Perla del Limarí. Pero cuando
les ofrecí comprarles una de las piedras el más joven exigió un precio
demasiado alto y me negué. Ya volvería yo a Santiago y encontraría el condenado
yacimiento, no necesitaba de ellos. Me puse el sombrero e iba saliendo ya por
la puerta cuando el mayor me da alcance y guarda en mi bolsillo disimuladamente
una piedrita azul de vetas blancas…”buona sorte”…me dijo y regresó a la mesa
con su hermano antes que pudiera voltear a verle. Alzaron sus copas hacia mí,
saludé con el ala de mi sombrero y me fui.
Entonces fue él quien me regalaba las rosas, me dije,
pero no me animé a preguntarle.
─ no me quedé
mucho tiempo más en el Beagle. En Ancud comienzo a hacer los preparativos para
comprarme una parcela. Estaba enamorado del clima, por mas que perdiera mi
amuleto ese lugar era ideal para mi. Un cielo siempre encapotado y sus
frondosos bosques…entonces ví los volcanes. Y cuando comenzó a tronar el Osorno
exhibiendo todo ese poder, hirviendo en las aguas con su aroma azufrado, decidí
quedarme para siempre.
─ ¿Compró su
parcela en Ancud?─ pregunté
─ No, ya tenía
en la mira algo aun mayor. Las tierras que yo quería ya habían salido a subasta
publica en dos oportunidades y si en la tercera nadie se interesaba por ellas
yo iba a comprarlas al precio de tasa. Acudí a la subasta y oh! Sorpresa un
maldito sueco tan terco como mi padre comenzó a ofrecer por ellas, obviamente
yo tenía oro suficiente como para darle batalla y así lo hice. Pero al ver a su
hermosa hija tan triste me sentí muy mal por dejar a unos pobres inmigrantes
sin su tierra. Me acerqué a ellos e hicimos un trato. Yo pretendía viajar todo
lo posible en busca de minas de oro y otras riquezas que me permitieran vivir
en el mismo lujo que tenía en Francia. Ellos construirían dos cascos de
estancia y pasadas varias décadas las tierras volverían a mí, por supuesto
ellos no sabían eso. Pasaron los años y esa niña se convirtió en una hermosa
vienesa. Trate de no caer en la tentación pero finalmente sucumbí a sus
encantos. Oh! Mi Ana Maria. Me volvía loco con sus bucles dorados, siempre que
regresaba de mis viajes le traía un regalo. Yo le regalé a Blueberrie. Recuerdo
esa tarde cuando llegaba a la estancia con esa belleza negra, en el camino oigo
disparos de escopeta y salgo al galope hacia donde se oían los gritos. Su
rechoncho padre había quedado atrapado por una pareja de pumas que le habrían
devorado de no ser por un olivillo que le facilitó el ascenso. Pero los pumas
también trepan. Resbala y una de las fieras le asesta un golpe en la cara
arañando sus ojos con sus afiladas garras. Gritando de dolor cae al suelo, yo
salto de la montura y mato a la primera de las fieras mientras que la otra
saltaba sobre Blueberrie hiriéndola de muerte. Con tanta sangre por todos lados
no me di cuenta de mi propio sangrado, llegue hasta la yegua y penosamente le
quite el freno de la boca. Me aparté unos pasos para sacrificarla y veo que se
levanta. Imposible, me dije. Pero como necesitaba urgentemente llevar al viejo
hasta la estancia no ahondé mucho en el tema. Llegamos a la estancia y el
animal cae sobre el heno de su corral por varios días sin que yo lo note.
El viejo queda
ciego y unos días después viene hasta mí el padre de Ignacio (bisabuelo de
Olga) un maldito peón irresponsable que no hacia más que embriagarse y tener
hijos. Blueberrie estaba haciendo un alboroto de dimensiones catastróficas en
el establo. Fuimos hasta allí y corroboré mis sospechas, el pobre animal había
quedado preso entre dos mundos, condenado a vagar por siempre en estas tierras
al igual que yo. Tomé un cubo de agua mandé traer un par de gallinas, les corté
el pescuezo y a eso le agregué la botella de pisco que el peón escondía entre
los fardos. No le agradó mucho al padre de Ignacio compartir su licor con una
yegua pero como eran ordenes mías las cumplió.
Unos meses
después mi dulce Ana Maria queda embarazada y muere en el parto. Yo me quedo
solo con la huahuita y ese viejo ciego que pensaba que su nietita se ensuciaba
la boca comiendo fresas. Enloquecido, culpándome por su muerte busco la forma
de reiniciar mis estudios de medicina. La niña crece rápido y yo viajo a Buenos
Aires constantemente hasta el antiguo hospital de hombres para rendir mis cátedras.
No fue fácil criar a la niña y ya estaba siendo tiempo de proveerle una
educación; cuando llegan las monjas a Puerto Montt y abren una escuela para
niñas. En ese entonces Anita ya tenía sus 22 añitos pero siendo tan menuda y
frágil parecía una nena. Acudió al colegio de la Inmaculada Concepción por casi
dos años sin sobresaltos hasta que llegó la hermana Cecile Von Hiller y comenzó
a tener sus serias dudas sobre la madurez mental de la niña, su agresividad y
otros detalles mínimos que le bastaron para ir atando cabos…”endemoniada”…dijo
ella horrorizada, pero aun así estaba muy lejos de la verdad. Teoría errónea. Tome
cartas en el asunto utilizando el método de persuasión más sencillo, los
regalos. Al principio creí que había
funcionado pero con el correr del tiempo comprendí que aquella novicia de
hábito tan reciente había mal interpretado mis intenciones. Ella era una
Alemana tan joven y bella que me fue imposible rechazarla…y su vocación religiosa tampoco era un monolito
inamovible que digamos, bastó una mera ráfaga de viento para hacerla dudar…no
fue solo mía la culpa.
Excusa barata─
me dije─ que fácil se lavan la mano los hombres. No podía oír lo que pensaba
pero mi cara debió de ser de lo más evidente.
─ jm! Bue…como
podrás imaginarte iniciamos un romance secreto unos pocos meses hasta que de
improvisto ella aparece por la estancia y me anuncia su buena nueva… estaba
embarazada, juró que dejaría la iglesia, sus hábitos, todo por mi. Entonces le
conté mi verdad. Ella enloqueció, dijo que jamás daría a luz el hijo de un
incubo, que se quitaría la vida antes si eso fuera necesario. No discutí con
ella, de todos modos se moriría así que la dejé partir. No regresó al colegió,
se quedó internada en el convento de Ancud por unos meses…
─ ¿cuántos?─ quise
saber
─ prefiero no
decírtelo─ respondió el mirando hacia el peluche que cubría mi barriga─ pocos,
si?...y como te dije ella estaba desequilibrada, todas sus creencias eran una
gran carga para ella también…una mañana se escapó del convento, casi desnuda
con solo un fino camisón de seda blanco, corrió y corrió descalza hasta la orilla
arrojándose al mar. Nunca encontraron su cuerpo pero a los pocos días corrió el
rumor de una aparición. Unos pescadores juraban que la Pincoya les había
entregado una huahuita blanca muy blanca porque su madre murió en el mar y la
pequeña inocente no podía quedar condenada a navegar eternamente en el
Caleuche.
¡Creencias de
pescadores ignorantes! Pero cuando intente demostrarle a mi Teresa que todo era
un mito, los marinos que la habían encontrado ya habían muerto en el mar. ¡Y es
así que hoy día mi pobre niña, sigue con la misma confusión, creyendo todas esas
pavadas que solo son leyendas!...para Anita fue como jugar con muñecas, crió a
su hermana amorosamente mientras que yo continuaba con mis viajes y fue en uno
de ellos, regresando por la misma senda antigua como todos hacemos, que me
encuentro con mi hijo varón. Esa vieja bruja astuta jamás me informó del
embarazo de su hermana y se quedó con mi niño, el tenía ya unos 20 o 21 años y
se negó a volver conmigo a la estancia. Con los años las visitas a sus hermanas
se fueron haciendo mas frecuentes pero conmigo jamás tuvo una buena relación.
Yo se que el me culpa por la muerte de su madre y tiene razón pero hoy día con
mis conocimientos, todo lo que descubrí con mis investigaciones, conteos
genéticos y estudios de cultivos de tejido de los niños que nacen en esta
clínica, yo ya estoy en condiciones de
ofrecer unos cincuenta años mas de lozanía a millones de mujeres acaudaladas,
que pagarían una fortuna por mantenerse jóvenes…y…imagínate lo que podría conseguir
con un bebe como el tuyo. ..
─ ¿Qué, La eterna
juventud, vivir por siempre?─ me mofe de el furiosa de oír la justificación de
sus crueldades.
─ Como puede
ser que tu, justamente tu no entiendas lo importante que es esto para la
ciencia. No te das cuenta, tu hijo sería como la tercera generación de Mendel…
─ Por Dios
donde esta el método científico aquí, cuales son los caracteres dominante y
cuales los recesivos, que pasa con la independencia de ellos, que pasa si las
mutaciones son aleatorias o no son beneficiosas, ¿qué pasaría?─ dije yo en voz
alta animándome al fin.
─ Yo sabía que
te interesaría…yo puedo ayudarte, ya lo han hecho y la chica sobrevivió, ten
confianza en mi─ me sorprendió, él estaba ofreciendo salvarme. Miró hacia el
pasillo y vio pasar a Celeste─ Celeste ven para aquí por favor.
Celeste entra
en el cuarto─ ¿que se lo ofrece doctor?
─ mira tengo un
pedido urgente para hacerte…─ comenzó él
─ usted dirá─
cruzo las manos hacia atrás y esperó.
─ Necesito una ecografía
de esta chica para esta misma tarde en mi consultorio…
Dios mío─ me
dije─ ya está, hasta aquí llegue. Bueno, voy a tomar los últimos días como un
regalo…que confiara en mí, que me contara su historia… ¿sería verdaderamente su
historia o tan solo la conjunción de múltiples relatos para amenizar los
últimos días de una moribunda? ¿Habría estado dispuesto a salvarme la vida? Eso
nunca voy a saberlo.
─ Ay….hoy
justamente no puedo Doctor ya me estaba yendo, pero mañana mismo se lo hago, a
la tardecita después de mi ronda…
─ ¡No, no, no!
Aquí el medico soy yo y yo soy el que decide cuando se hacen las cosas, se
entendió─ se enfureció él
─ Como usted
diga Doctor, voy por una silla de ruedas─ responde ella con tono servicial y se
va.
─ Tengo
preparativos que hacer, nos vemos mañana─ se despide él y sale a toda prisa.
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