miércoles, 1 de mayo de 2013

Cuarto Capitulo : Mecha 3 - 3


A la mañana siguiente el llegó con la bandeja como todas las mañanas pero se quedó
Trajo una silla y se sentó junto a mí mirando a la nada, como si en el suelo se abriera entre las motitas grises y negras de las baldosas algún pasaje secreto hacia el pasado.
Entonces comenzó a relatarme su historia como cualquier vampiro comenzaría:

─Yo nací en 1769… sí, el mismo año que naciera Napoleón. Primero de los tres hijos de la familia Drajvalts. Vivíamos muy cerca de la casa natal de Buonaparte y mi padre tenía una vieja amistad con el suyo. Con el correr de los años nuestros gustos fueron cambiando, el jugaba con soldaditos de plomo y en mi comenzó a surgir ese deseo irrefrenable por saber, por descubrir esa magia que era para mi la medicina. Todo comenzó como un juego claro, vendando mis juguetes, entablillando a mi perro y pavadas como esa. Cuando fui mayor tomé el suficiente dinero y me fui a Edimburgo su universidad de medicina era la mejor, todo estaba allí, era el centro cultural de la era de la Ilustración. Todo aquello era cuanto había soñado y más, me apasionaba, pero no duró mucho. Mi padre se endeudó al extremo y estuvo a punto de perder nuestra casa en Ajaccio y hasta las propiedades de sus ancestros en Austria. Por desgracia su amistad con los Buonaparte lo rescató de caer en la miseria pero como agradecimiento el le prometió a Nabulione que todos y cada uno de sus hijos quedaban eternamente a su servicio. Y así fue que tuve que abandonar mis estudios y sumarme a las filas de Napoleón. Procurando en todo momento apartarme de las batallas, ayudaba en la enfermería curando a los heridos, pero llegó el momento álgido del poderío de Napoleón y habría tenido que ir a la guerra de no ser por una oportuna expedición a Egipto que cambió mi vida─ se sonrió─ las expediciones…¡si que hicieron un gran papel en mi vida!
─ A veces pienso que hubiera pasado si yo no iba a esa expedición, mi vida seguramente habría sido de lo mas común…habría muerto en batalla o de peste bubónica como morían muchos o regresado a mi hogar sin una pierna, lleno de cicatrices, quizás hasta alguna Parisina me diera hijos Franceses. Pero lo que es seguro es que jamás habría cumplido mi sueño de ser medico, jamás. Mi vida hubiera sido de lo más mediocre. ¡Eso tenlo por seguro!─ remarcó furioso.
─  su campaña en Egipto no fueron todas victorias. La Batalla de las Pirámides dejó reducida su flota a solo dos naves y en una de ellas yo viajaba junto a los científicos que descubrieron la piedra Rosetta, cuando creímos que habíamos eludido a los ingleses estos nos atacaron en medio del desierto, nos robaron la piedra, ejecutaron a la mayoría y otros escapamos para morir en las arenas. Porque eso fue lo que ocurrió vagué por días sin encontrar ni una roca donde ocultarme del sol y cuando ya deliraba de hambre y sed veo unos camellos asomarse en el horizonte, creyendo que eran soldados Ingleses cargué mi bayoneta y disparé, derribando al primero de ellos de su camello. Lo que parecía una figura lejana en pocos instantes se levantó y llegó hasta mí. Era una dama adulta pero muy hermosa.
─ I beg your pardon Madame, I thought you were…─ traté de disculparme
 ¿soldados ingleses?─ terminó Ella─ no soldado, ya no luches mas, tu querido Petit Caporal  los abandonó monsier…ese corso siempre odió a los Franceses.
─ cuidado con lo que dice Madame, yo también nací en Ajaccio─ le respondí ofendido
─ te equivocas nuevamente soldado, volverás a nacer en muy pocos días…
Antes que pudiera entender lo que acababa de decirme su mano veloz sujetó mi cabello y tirando de el se aferró a mi cuello con sus diminutos colmillos dejándome paralizado en una llamarada de dolor. Ellos acampaban en un oasis cercano que yo no encontré, ni encontraría en días de travesía. Me arrojaron en una tienda sufriendo los mil dolores. Ella esperó que yo mismo le rogara un remedió para el martirio que estaba sufriendo y solo entonces me entregó su sangre inmortal. Levantaron el campamento y ya no esperaron más.
─ Si Alexandru no vuelve en un par de horas nos vamos sin él─ ordenó ella─ ¡no podemos esperarle eternamente!
Él no regresó. Yo desperté en Francia rodeado de lujo y así viví con ella como su único consorte durante casi 32 años concurriendo a las mejores fiestas, codeándonos con lo más alto de la burguesía que nos conocían como la condesa Constanza y el barón Drajvalts de Rumania. Yo cumplía con todos sus caprichos incluido el último, perseguir a Strauss por donde quiera que fuera. Ella estaba encandilada con él, amaba su música. Hasta que una noche nos encontramos con Alexandru instalado en casa como si fuera dueño y señor. Ella corrió a sus brazos y me reemplazó sin miramientos, como a una ropa deslucida.
En silencio juré vengarme de él y no descansé hasta hacerlo. Al alba lo cité en una antigua iglesia Florentina diciéndole que me marcharía para siempre y que necesitaba entregarle una carta donde le explicaba todo lo que no podía decirle a mi creadora, mas el anillo que ella me obsequió que perteneciera primeramente a su creador, aquel milenario Rumano que supo servir en los ejércitos del mítico Blad. Con el afán de apoderarse del anillo, acudió a la cita, mas no fue solo él. Otros invitados ya exsangües lo esperaban esparcidos por el suelo y las butacas de la iglesia. Pero no eran los únicos. Cuando él descubrió entre las penumbras  los cuerpos se horrorizo por mi voracidad e inconciencia. En menos de una hora comenzaba la misa del gallo y no había forma de lograr ocultar tantos cuerpos. Me mofé de él demostrándole que mi intención no era ocultarlos sino todo lo contrario. Se abrieron las puertas e ingresaron un grupo de ancianas con ramos de flores y velas encendiendo a su paso los candelabros de los pasillos. Al llegar a la mitad del pasillo central descubrieron con horror los cadáveres diseminados cerca del altar mientras que yo forcejeaba con él para meterlo dentro de la tumba de un mártir cuyos restos descansaban a unas pocas naves de distancia del altar principal. A través de los vitrales vi pasar las sombras de los guardias con sus capas oscuras, solté la tapa y corrí hacia el campanario. Llegué hasta la torre con él dos curvas de escalera mas abajo y empujé el cuerpo del monaguillo que debía de haber tocado ya las campanas para llamar a la misa. Encaramado en la ventana lo vi detenerse por una fuerza invisible que lo paralizaba y un momento después tres guardias cayeron sobre él para desmembrar su cuerpo marmóreo. Dentro de la iglesia oigo su grito desgarrado. ¿Qué hacia ella ahí? Salto fuera e intento ver por los ventanales, pero solo distinguía imágenes difusas deformadas por un arco iris de cristales emplomados. Por delante de la iglesia aguardaba un carruaje negro. Ellos salen arrastrando a su prisionera, suben los peldaños forcejeando con ella, uno de ellos trepa al puesto del conductor e imprimiéndole un fuerte latigazo a las pobres bestias estas inician un galope desbocando soltando espumarajos por la boca. Corrí detrás del carruaje unos metros pero al ver que el cochero volteaba a verme me escapé perdiéndome entre los olivares. Desde allí todavía podía ver la negra columna de humo alzándose sobre las cúpulas de la iglesia en llamas. Lamiendo con sus lenguas de fuego los maravillosos vitrales que ellos y yo habíamos profanado. Me maldije a mi mismo…la había perdido, lo había perdido todo- se detuvo un instante controlando el crujir de dientes que cedieron canalizando toda esa ira en un puño apretado que golpeó su pierna.
─ yo sabía que tarde o temprano vendrían por mí. Tenía que alejarme, salir de Europa. Cuando estaba llegando al puerto distinguí entre la multitud las lúgubres capas negras. Me mezclé entre un grupo de marinos y entré en una taberna. Allí dentro atrapé a un jovencito y cambie mis ropas por las de él, pero al tratar de salir de la taberna un hombre obeso de buen vestir me llama a voces…” eh! Muchacho por aquí”… yo me vuelvo a verle y me hace señas que vaya con ellos. Y así fue como Mr. Bynoe el cirujano del Beagle me confundió con su ayudante enfermero. Gracias al whisky y al ayudante colector de Darwin que lo llevó a no querer ser menos que el Naturalista.
─ ¡Uau!─ dije yo maravillada con su relato.
 El soltó una bocanada de aire como si al fin pudiera soltar ese secreto que le pesaba en las espaldas. Entra la 1er enfermera con la bandeja del almuerzo. El se pone de pie y yo le retengo. El mira sorprendido su muñeca derecha atrapada entre mis manos.
─ no me siento bien como para comer, por favor, quiero oír el resto de la historia─ le dije.
Hizo una seña y la enfermera se llevó devuelta el horrendo churrasco medio crudo con un huevo a caballo. Monstruoso, vomitivo. Y era justo lo que quería evitar, tener que levantarme y ser descubierta. Y otro poco una pizca de curiosidad.
─ el bergantín zarpó del puerto de Devon el 27 de diciembre de 1831
─ ¿Devon, Inglaterra?─ pregunté
─ Si, el miedo te lleva a lugares muy distantes mi querida─ respondió risueño.
¿Estaba admitiendo delante mío haber tenido miedo?…eso ya era mucho cambió.
─ al llegar a Tenerife ya me había cobrado dos victimas en la tripulación razón por la cual nos prohíben desembarcar por temor a que tuviéramos cólera. En Cabo Verde hallé unas preciosísimas negras vestidas como bahianas que aplacaron deliciosamente mi sed. Preparándome para lo que seguía, cruzar el atlántico. Donde forcé mi auto control hasta el máximo de su resistencia, tanto que por momentos creí que enloquecería dejando el barco a la deriva en medio del océano, pero el 16 de febrero llegamos a San Pablo, me hice con algunas gaviotas y luego llegó el festín, Ithacaia, Mandetiba, Campos Novos y que viva Socêgo!  Con sus cabañas repletas de esclavos- entonces se dio cuenta de mi disgusto y cambió de tema- arranquemos mejor desde las postas de los soldados rosistas donde me había quedado la última vez. Hasta aquí yo llevaba un atuendo recargado con ropas encimadas y hasta sombrero de ala ancha al estilo de los piratas despertando las sospechas del buen reverendo Mathews a bordo. Esa noche que te conté cuando los soldados del comandante Miranda se emborracharon, yo había bebido tanta sangre que estaba acalorado. Me quité las botas y me despatarré junto al fuego, unas chinas muy bonitas todas ellas de sangre indígena se acercaron atraídas por la extrema blancura de mis pies, reían y me acariciaban cariñosas aprovechando la embriaguez de sus coterráneos que estaban ocupados vomitando por los rincones. Al clarear la mañana una de ellas se quitó del tobillo su brazalete con cuentas azules y lo ató al mío, montaron varias de ellas en un mismo caballo, en pelo así, sin montura siquiera y se fueron bordeando el río Colorado. Movía mi pie y las piedrecillas sonaban como un instrumento musical. Por eso reían, se burlaron de mi, me dije. Entonces aflojé las cuerditas e iba a quitarme ese adorno tan femenino cuando noté que el sol no se reflejaba en mi piel, no había brillo sobrenatural. Me quité la casaca, arremangue la camisa, me deshice del sombrero y comencé a disfrutar las pequeñas maravillas de ese viaje. Como una lluvia de arañas de finas telas que viajaban con el viento desde la orilla lejana, esos pequeñísimos crustáceos coronando el oleaje nocturno con su fosforescencia verdosa, la estrepitosa fractura de los glaciares y mi favorita la Tierra del Fuego, entrando por el canal de Beagle o un poco mas allá, por un mágico fondeadero donde las noticias se propagaban en danzantes hogueras iluminando la orilla. Algo inolvidable.
─ Doctor, no quisiéramos molestarle pero ya es hora de higienizar a la paciente y aplicarle la medicación del día─ lo interrumpía Celeste, señalando a la enfermera cargada con ropa de cama limpia, toallas, rollos de apósitos y demás excusas para sacarlo de ahí inmediatamente.
─ Claro por supuesto─ contestó él, parpadeando para apagar esa miríada de luces pasadas.
─ Hasta mañana Mercedes─ se despidió él dejándome con mi estilista y mi envenenadora personal.

Otra mañana más, otra bandeja con frutas y delicias que ya no sabían a nada, otro océano diferente con historias de búsqueda de piedras preciosas y oro.
─ llegamos a Valparaíso, el puerto principal de Chile por aquella época y de ahí partimos en nuevas expediciones. El tiempo era malo y hasta hubo una nevada en las alturas, sumado a mi amuleto yo estaba muy confiado. El 7 de septiembre torcemos nuestro camino y nos dirigimos al valle del río Cachapual donde los baños termales de Cauquenes, un verdadero placer. Allí pensábamos quedamos unos tres días pero una lluvia torrencial nos obligó a quedarnos dos días mas. Cuando abandonamos las termas noto que ya no tenía el brazalete y tomo mis precauciones disfrazándome nuevamente. Me disgustó mucho de veras! Pero luego llegó algo que me fue de mucho interés, Yaquil la mina de oro de Mr. Nixon. Darwin resultó ser muy codicioso también y allí nos quedamos otros cuatro días. Después nos fuimos acercando al mar y el flojo de Darwin volvió a descomponerse. Ya estaba cansado de sus insolaciones y mañas de niño Ingles. Lo dejo un par de días en una casita del litoral y yo le hago una segunda visita a Mr Nixon, me cargo una buena fortuna en oro y regreso por Darwin para volver a Valparaíso. Él continuaba enfermo pero otros se ocupaban ya de él, así libre de mis obligaciones me puse a recorrer el puerto para dar con alguien que supiera decirme donde encontrar lapislázuli. Unos marinos con los que hablé me contaron de unos hermanos Italianos que habían llegado a Chile en busca de pedrería para sus joyas. Me indicaron donde encontrarlos y fui hasta la taberna donde estaban. Uno de ellos había tomado el gusto por el buen pisco. Compartí unas copas con ellos y me contaron su travesía por La Perla del Limarí. Pero cuando les ofrecí comprarles una de las piedras el más joven exigió un precio demasiado alto y me negué. Ya volvería yo a Santiago y encontraría el condenado yacimiento, no necesitaba de ellos. Me puse el sombrero e iba saliendo ya por la puerta cuando el mayor me da alcance y guarda en mi bolsillo disimuladamente una piedrita azul de vetas blancas…”buona sorte”…me dijo y regresó a la mesa con su hermano antes que pudiera voltear a verle. Alzaron sus copas hacia mí, saludé con el ala de mi sombrero y me fui.
Entonces  fue él quien me regalaba las rosas, me dije, pero no me animé a preguntarle.
─ no me quedé mucho tiempo más en el Beagle. En Ancud comienzo a hacer los preparativos para comprarme una parcela. Estaba enamorado del clima, por mas que perdiera mi amuleto ese lugar era ideal para mi. Un cielo siempre encapotado y sus frondosos bosques…entonces ví los volcanes. Y cuando comenzó a tronar el Osorno exhibiendo todo ese poder, hirviendo en las aguas con su aroma azufrado, decidí quedarme para siempre.
─ ¿Compró su parcela en Ancud?─ pregunté
─ No, ya tenía en la mira algo aun mayor. Las tierras que yo quería ya habían salido a subasta publica en dos oportunidades y si en la tercera nadie se interesaba por ellas yo iba a comprarlas al precio de tasa. Acudí a la subasta y oh! Sorpresa un maldito sueco tan terco como mi padre comenzó a ofrecer por ellas, obviamente yo tenía oro suficiente como para darle batalla y así lo hice. Pero al ver a su hermosa hija tan triste me sentí muy mal por dejar a unos pobres inmigrantes sin su tierra. Me acerqué a ellos e hicimos un trato. Yo pretendía viajar todo lo posible en busca de minas de oro y otras riquezas que me permitieran vivir en el mismo lujo que tenía en Francia. Ellos construirían dos cascos de estancia y pasadas varias décadas las tierras volverían a mí, por supuesto ellos no sabían eso. Pasaron los años y esa niña se convirtió en una hermosa vienesa. Trate de no caer en la tentación pero finalmente sucumbí a sus encantos. Oh! Mi Ana Maria. Me volvía loco con sus bucles dorados, siempre que regresaba de mis viajes le traía un regalo. Yo le regalé a Blueberrie. Recuerdo esa tarde cuando llegaba a la estancia con esa belleza negra, en el camino oigo disparos de escopeta y salgo al galope hacia donde se oían los gritos. Su rechoncho padre había quedado atrapado por una pareja de pumas que le habrían devorado de no ser por un olivillo que le facilitó el ascenso. Pero los pumas también trepan. Resbala y una de las fieras le asesta un golpe en la cara arañando sus ojos con sus afiladas garras. Gritando de dolor cae al suelo, yo salto de la montura y mato a la primera de las fieras mientras que la otra saltaba sobre Blueberrie hiriéndola de muerte. Con tanta sangre por todos lados no me di cuenta de mi propio sangrado, llegue hasta la yegua y penosamente le quite el freno de la boca. Me aparté unos pasos para sacrificarla y veo que se levanta. Imposible, me dije. Pero como necesitaba urgentemente llevar al viejo hasta la estancia no ahondé mucho en el tema. Llegamos a la estancia y el animal cae sobre el heno de su corral por varios días sin que yo lo note.
El viejo queda ciego y unos días después viene hasta mí el padre de Ignacio (bisabuelo de Olga) un maldito peón irresponsable que no hacia más que embriagarse y tener hijos. Blueberrie estaba haciendo un alboroto de dimensiones catastróficas en el establo. Fuimos hasta allí y corroboré mis sospechas, el pobre animal había quedado preso entre dos mundos, condenado a vagar por siempre en estas tierras al igual que yo. Tomé un cubo de agua mandé traer un par de gallinas, les corté el pescuezo y a eso le agregué la botella de pisco que el peón escondía entre los fardos. No le agradó mucho al padre de Ignacio compartir su licor con una yegua pero como eran ordenes mías las cumplió.
Unos meses después mi dulce Ana Maria queda embarazada y muere en el parto. Yo me quedo solo con la huahuita y ese viejo ciego que pensaba que su nietita se ensuciaba la boca comiendo fresas. Enloquecido, culpándome por su muerte busco la forma de reiniciar mis estudios de medicina. La niña crece rápido y yo viajo a Buenos Aires constantemente hasta el antiguo hospital de hombres para rendir mis cátedras. No fue fácil criar a la niña y ya estaba siendo tiempo de proveerle una educación; cuando llegan las monjas a Puerto Montt y abren una escuela para niñas. En ese entonces Anita ya tenía sus 22 añitos pero siendo tan menuda y frágil parecía una nena. Acudió al colegio de la Inmaculada Concepción por casi dos años sin sobresaltos hasta que llegó la hermana Cecile Von Hiller y comenzó a tener sus serias dudas sobre la madurez mental de la niña, su agresividad y otros detalles mínimos que le bastaron para ir atando cabos…”endemoniada”…dijo ella horrorizada, pero aun así estaba muy lejos de la verdad. Teoría errónea. Tome cartas en el asunto utilizando el método de persuasión más sencillo, los regalos.  Al principio creí que había funcionado pero con el correr del tiempo comprendí que aquella novicia de hábito tan reciente había mal interpretado mis intenciones. Ella era una Alemana tan joven y bella que me fue imposible rechazarla…y  su vocación religiosa tampoco era un monolito inamovible que digamos, bastó una mera ráfaga de viento para hacerla dudar…no fue solo mía la culpa.

Excusa barata─ me dije─ que fácil se lavan la mano los hombres. No podía oír lo que pensaba pero mi cara debió de ser de lo más evidente.
─ jm! Bue…como podrás imaginarte iniciamos un romance secreto unos pocos meses hasta que de improvisto ella aparece por la estancia y me anuncia su buena nueva… estaba embarazada, juró que dejaría la iglesia, sus hábitos, todo por mi. Entonces le conté mi verdad. Ella enloqueció, dijo que jamás daría a luz el hijo de un incubo, que se quitaría la vida antes si eso fuera necesario. No discutí con ella, de todos modos se moriría así que la dejé partir. No regresó al colegió, se quedó internada en el convento de Ancud por unos meses…
─ ¿cuántos?─ quise saber
─ prefiero no decírtelo─ respondió el mirando hacia el peluche que cubría mi barriga─ pocos, si?...y como te dije ella estaba desequilibrada, todas sus creencias eran una gran carga para ella también…una mañana se escapó del convento, casi desnuda con solo un fino camisón de seda blanco, corrió y corrió descalza hasta la orilla arrojándose al mar. Nunca encontraron su cuerpo pero a los pocos días corrió el rumor de una aparición. Unos pescadores juraban que la Pincoya les había entregado una huahuita blanca muy blanca porque su madre murió en el mar y la pequeña inocente no podía quedar condenada a navegar eternamente en el Caleuche.
¡Creencias de pescadores ignorantes! Pero cuando intente demostrarle a mi Teresa que todo era un mito, los marinos que la habían encontrado ya habían muerto en el mar. ¡Y es así que hoy día mi pobre niña, sigue con la misma confusión, creyendo todas esas pavadas que solo son leyendas!...para Anita fue como jugar con muñecas, crió a su hermana amorosamente mientras que yo continuaba con mis viajes y fue en uno de ellos, regresando por la misma senda antigua como todos hacemos, que me encuentro con mi hijo varón. Esa vieja bruja astuta jamás me informó del embarazo de su hermana y se quedó con mi niño, el tenía ya unos 20 o 21 años y se negó a volver conmigo a la estancia. Con los años las visitas a sus hermanas se fueron haciendo mas frecuentes pero conmigo jamás tuvo una buena relación. Yo se que el me culpa por la muerte de su madre y tiene razón pero hoy día con mis conocimientos, todo lo que descubrí con mis investigaciones, conteos genéticos y estudios de cultivos de tejido de los niños que nacen en esta clínica,  yo ya estoy en condiciones de ofrecer unos cincuenta años mas de lozanía a millones de mujeres acaudaladas, que pagarían una fortuna por mantenerse jóvenes…y…imagínate lo que podría conseguir con un bebe como el tuyo. ..
─ ¿Qué, La eterna juventud, vivir por siempre?─ me mofe de el furiosa de oír la justificación de sus crueldades.
─ Como puede ser que tu, justamente tu no entiendas lo importante que es esto para la ciencia. No te das cuenta, tu hijo sería como la tercera generación de Mendel…
─ Por Dios donde esta el método científico aquí, cuales son los caracteres dominante y cuales los recesivos, que pasa con la independencia de ellos, que pasa si las mutaciones son aleatorias o no son beneficiosas, ¿qué pasaría?─ dije yo en voz alta animándome al fin.
─ Yo sabía que te interesaría…yo puedo ayudarte, ya lo han hecho y la chica sobrevivió, ten confianza en mi─ me sorprendió, él estaba ofreciendo salvarme. Miró hacia el pasillo y vio pasar a Celeste─ Celeste ven para aquí por favor.
Celeste entra en el cuarto─ ¿que se lo ofrece doctor?
─ mira tengo un pedido urgente para hacerte…─ comenzó él
─ usted dirá─ cruzo las manos hacia atrás y esperó.
─ Necesito una ecografía de esta chica para esta misma tarde en mi consultorio…
Dios mío─ me dije─ ya está, hasta aquí llegue. Bueno, voy a tomar los últimos días como un regalo…que confiara en mí, que me contara su historia… ¿sería verdaderamente su historia o tan solo la conjunción de múltiples relatos para amenizar los últimos días de una moribunda? ¿Habría estado dispuesto a salvarme la vida? Eso nunca voy a saberlo.
─ Ay….hoy justamente no puedo Doctor ya me estaba yendo, pero mañana mismo se lo hago, a la tardecita después de mi ronda…
─ ¡No, no, no! Aquí el medico soy yo y yo soy el que decide cuando se hacen las cosas, se entendió─ se enfureció él
─ Como usted diga Doctor, voy por una silla de ruedas─ responde ella con tono servicial y se va.
─ Tengo preparativos que hacer, nos vemos mañana─ se despide él y sale a toda prisa.

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